sábado, 13 de diciembre de 2008

Hipnótico - Federico Laurenzana


Sus circulares vértigos se indefinían en el centro plural. Su micro silueta convergía en un macro universo infinito donde a cada instante más ondas recaían para desprenderse. 
Espiral que ni había menoscabado tras sones de un pendular minutero, se hacía constante, persuasiva por arrear más líneas hacia sí. Era una imagen móvil. Era una incisiva ronda de brotes curvilíneos sólo para atraerlo. Pues el hombre no había dejado de observarla, de mimetizarse ni siquiera cuando se agotaba y prescindía pestañear. 
Nadie se lo había impuesto. La espiral había estado encerrada bajo un cuaderno, bajo unos bosquejos de ordenamientos precisos. Al él ya tantos le habían sugerido que no la viera, que no se acordara, que esto fue estímulo tenaz para buscarla.
Se había sentado en un parque, junto a personas que se dispersaban, junto a desordenados imprevistos. Ahí había llevado a la silueta, pues no creía necesitar alejarse de ningún sitio. Es que, aunque le habían dicho que no habría de tolerar movimiento y sonido alguno cuando ante ella se viera, jamás advirtió sensatez en ello.
Cuando había desplegado la espiral, ya no podía ver ni oír sensación alguna. Ya estaba, sin predisponérselo, inmerso en aquél orbe de tiranía curva. Y así había pasado sus segundos.
Cuando la imagen lo había librado, ya todo le resultaba similar comparándolo con los momentos previos de esta experiencia, como si nada hubiera ocurrido.
Guardaba el disco y volvía del parque. Volvía para guardarlo sabiendo que las suposiciones del elemento hipnotizador habían sido mal hechas, mal decididas. Aún las de menor riesgo, pues nada en él se había modificado.
Aunque de vez en cuando notara que la figura movediza se intercalaba ante sí, no le prestaba atención. Es que se lo atribuía a su memoria. Y estos saltos de su percepción para nada incomodaban su estar. Pues tanto veía a la espiral como al entorno, a la imagen unívoca como a las apariciones inesperadas de la calle. Había llegado a ver todo —ambos cosmos— a la misma vez, sin dejar de caminar ni de preocuparse. 
Él ya creía que la hipnosis le había abierto un mundo, en vez de cerrárselo, que ahora era capaz de contemplar una silueta antes ignorada. 
Hasta que el hombre comenzó ovalarse.
Sus brazos se encerraban hacia un centro simple. Así, su micro cuerpo se extralimitaba y fundía en un macro núcleo sidérico, donde a cada instante más de sí se desprendía.
Se hacía arremolinado, aunque con orden. Se hacía circular, curvo, y en perpetuo movimiento.
Sin más ilusión ni esperanza de volver a ser hombre, espiral ya era. Sin más quietud ni dispersión dada a expandirse quedó hipnótico.

Sobre el autor: Federico Laurenzana

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