Edyre había ido a morir a este planeta primitivo para evitar propagar el virus más pernicioso de todos. Sin que lo supieran sus superiores del Conglomerado, se inyectó la única muestra existente del mismo y huyó en una lanzadera. Después de despistarlos, se estrelló en esta olvidada bola de barro.
Miró al cielo y notó la muerte venir. Se sintió contento por su sacrificio cuando una confortable oscuridad le acogió.
El mosquito chupó la sangre aun caliente de su victima y se deleitó con el extraño sabor. Salió volando y, aun con hambre, vio uno de esos primates peludos y decidió continuar con su banquete.
K'in notó un pinchazo en su cuello y, de repente, un millón de ideas desconocidas pasaron por su cabeza. Se acordó del golpe de Abal, el grande, para quitarle su comida. Vio en el suelo una piedra afilada y supo que hacer con ella.
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