sábado, 13 de diciembre de 2008

El aplauso - Jacinto Deleble Garea


Él, acodado en la barra del bar, no puede dejar de mirarle las tetas.
—Si de veras eres escritor cuenta algo.
—Estoy borracho —rumia el borracho con tono de impaciencia mientras apura el vaso. 
—Pues yo creo que podrías...
 Qué manera de... cálidas abundancias. Y el triángulo del escote apuntando abajo... ¡Ufff! Era... ¿Foppa? ("Oculta rosa palpitante en el oscuro surco... ") Alaíde, sí.
 —... que no es lo mismo.
—¿Qué?
—Una anécdota, un cuento, no sé. ¡Venga, no seas aburrido!
 Al borracho le asoma una sonrisa forzada mientras señala su copa vacía.
—¡Marta! —pide, y la camarera sirve el licor.
¿Algo de Alaíde? No, mejor...
—Pues mira, el cuento comienza con tu mano sobre la mía; entonces, arriba por el antebrazo, lenta, sobre el hombro y hasta abandonarla en mi nuca. Me atraes luego hasta tu boca para un beso, que tendrá de todo menos amabilidad. Mientras, tu otra mano bajará hasta mi...
Y la mano baja, pero no con el destino que tenía él en mente. "Zas", resuena en el abarrotado establecimiento el bofetón que casi le tumba de la banqueta.
—¡La madre que la pa... ! —murmura el borracho mientras se agarra titubeante de la barra, lo justo para enderezarse y contemplar el enérgico bascular de caderas, que se aleja de él y de su ofensa en dirección a la calle.
Todo el bar le mira, muchos ríen, pero sólo Marta carcajea resuelta, con una alegría muy bebible, poderosa.
—¡Mira —dice— sonó como un aplauso! —y ríe con turbulencia mientras aparta, femenina, las lágrimas que amenazan su maquillaje—. Por fin te ganaste algo con tus historias.
Uhmm, Marta, sonrisa tan luminosa. Fulgente Marta.
—Y dime, ¿a ti no te apetece un cuento? ¡No será necesario que lo aplaudas!
—No, hombre, no —contesta ella, menos risueña—, ¡cómo te pasas! Ya me conozco tus cuentos. No se diferencian de los del resto.
—Lástima, tanta falta de originalidad.
—¿Qué?
—Nada, nada... —y señala su copa, vacía de nuevo.
Camareras tras las barras, por la mitad cortadas... Porque sólo de cintura arriba, claro. ¿No era Joyce? ¿Pero qué capítulo...? Uhmm, sumergidas en alcohol. Desgastadas por el trabajo y aún así brillando... Embriagando, sí... Sólo falta el canto y eso... como siren...
Le cambia la cara. Algo parecido a una certeza le asoma al rostro. Toma el bolígrafo y la servilleta más a mano. Murmura mientras la escribe, tacha algo, relee, vuelta a empezar. Toma otra, y otra. Sólo en la última parece satisfecho, mientras transcribe. Termina.
—¡Quédate la vuelta Marta! —proclama, ya a las puertas del local, mientras se marcha algo desequilibrado acera adelante.
La camarera recoge el billete y las monedas. Algo hay escrito en una servilleta debajo.
—"Traición" —lee tras desplegarla. Parece el título.
Continúa leyendo:
"Rellenó de nuevo su pipa el viejo farero. Esperó... Espuma naranja las pocas nubes. La mar, su vieja amiga, algo picada.
Justo cuando el atardecer se sumergió en las aguas bajó corriendo a la escollera. La sirena estaba, como siempre, esperándole.
—¿Y bien? —dijo ella.
—Terminé siete, toma —y entregó las partituras".
Marta sonríe al tiempo que guarda el papel en el bolsillo trasero del pantalón. Recoge pensativa el vaso del borracho, aún a medias lleno de licor, y lo apura.
—¡Ah! —dice para sí, mientras el ardor le invade el pecho— Hombres...

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