Carlos Pietrasantelli se había quedado remoloneando entre las sábanas hasta pasadas las diez. Total es domingo y además no conviene ir a votar a primera hora porque todo el mundo quiere ser primero, pensó justificándose. Escuchó un poco Italianísima en el radio despertador, se levantó, se vistió, tomó su libreta de enrolamiento y avisó que iba a votar.
Camino de la escuela donde debería sufragar como lo había hecho siempre, recordó a su padre. Su primer voto, la primera vez, tan nervioso y tan convencido de decidir lo mejor, acompañado de su viejo, pobre papá, siempre tan oficialista. Habían llegado temprano y habían sido los primeros. Así le gustaba a papá.
Llegó y vio poco movimiento. Subió al primer piso. Ya sabía de memoria el número de su mesa. Dijo buen día y entregó apurado el documento.
—Pietrasantelli, Carlos —dijo el presidente de mesa, extendiéndole un sobre, mientras los fiscales buscaron su nombre en las planillas y pusieron una cruz en el margen derecho.
Husmeó dentro del aula que servía de cuarto oscuro, tanteó la cantidad de boletas de los distintos partidos. Uy, como afanan éstos, se dijo, frente a un fajo desordenado de boletas, aunque finalmente optó por una de otra pila, la dobló, la metió en el sobre y pasó la lengua por el borde engomado para cerrarlo. Ya está, ésta es la mejor hora, pensó y recordó a su padre, la última vez que lo vio votar. Entonces lo había tenido que traer con el auto porque sólo caminaba unos pocos pasos, los suficientes para entrar y salir del cuarto oscuro.
Salió, cerró la puerta del aula y fue a introducir el sobre en la ranura de la urna.
—Sirvasé, Pietrasantelli, su libreta —dijo el presidente de mesa. Entonces vio de casualidad, en la planilla, su apellido repetido, con las cruces en ambos casilleros. Volvió a mirar, sin ocultar su asombro. Antonio Pietrasantelli y debajo Carlos Pietrasantelli, ambos figuraban con voto emitido.
—¿Mi papá votó? ¿Cómo es eso? —preguntó confundido.
—Así es, si aquí lo dice —le respondió el presidente mirándolo a los ojos.
—¿Y cuándo vino? ¿Y cómo?
—Temprano, como de costumbre. Pase el siguiente —dijo el presidente con irritación.
Carlos Pietrasantelli tomó su libreta de enrolamiento y bajó lentamente las escaleras. Salió preocupado. Luego tendría que pasar por la iglesia a dar testimonio del milagro.
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