jueves, 30 de octubre de 2008

La doncella - José Luis Vasconcelos


La noche era oscura y las nubes ocultaban estrellas. El perfil del castillo Sposatta lucía maligno. Todo era soledad y las alimañas no salían de sus madrigueras. Muy cerca de ahí, casi junto al villorrio, el silencio esculpía la mansión de los Cavalcantti. La ventana de la recámara de Donnatella estaba abierta. Las cortinas se mecían. De pronto un murciélago irrumpió en su interior para, instantes después, transformarse en el abominable conde Lucanor.
Se acercó al lecho donde la bella dormía. Fue inclinándose hacia el níveo cuello sin dejar de admirar tanta gracia. Los enormes colmillos estaban a punto de hincarse cuando la presa bostezó.
Lucanor, aterrado, frenó su movimiento, un efluvio de ajo escapaba de la hermosa boca. No pudo soportarlo y se perdió en la noche.
La ventana de la recámara de Donnatella continuó abierta. De pronto, de la cruz que estaba sobre el lecho, descendió el crucificado y colocó otro diente del bulbo entre los rojos labios de la gentil doncella.

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