Tatiana empujó suavemente la puerta prohibida. En puntas de pie y casi colgada del picaporte, avanzó silenciosa. El hombre dormía ruidosamente, así que tomó confianza y entró en la habitación. La puerta se cerró tras ella, pero no la asustó. Sus ojos se acostumbraron a la penumbra vespertina creada por la celosía, y entonces vio cosas que nunca había visto antes en esa habitación. A los pies de la cama había un triciclo parecido al suyo pero oxidado, como los clavos aquellos que quedaron tirados en el patio. Sobre la cama había un montón de autitos de juguete, algunos con ruedas, otros no. El más grande era un camión de color rojo cargado con bolitas de vidrio. Encuriosada, Tatiana sólo miraba, porque el viejo le había prohibido tocar sus cosas y se enojaba mucho cuando la pescaba. Se acercó a la mesita de luz y vio una pila de fotitos redondas. Las agarró tratando de no hacer ruido y vio que eran fotos de hombres parecidos a los que salen en los partidos de fútbol de la televisión. Entonces advirtió que el viejo dormido tenía algo redondo en la mano, algo rojo y blanco que tenía escrito lo mismo que las botellas de cocacola. Tatiana dejó las fotitos donde estaban y trató de agarrar ese objeto redondo, pero descubrió que el viejo lo tenía atado a un dedo con un piolín. En la otra mano, la derecha, tenía un lápiz, y sobre la almohada había un cuaderno abierto, escrito como los papelitos que escribe la abuela antes de ir a hacer los mandados pero con las letras torcidas. Su mirada siguió por la almohada recorriendo pomitos de colores, tijeras y pinceles. Llegó a la otra mesita de luz donde apareció un juego de ladrillos para armar. Tatiana quiso ir a verlo de cerca rodeando la cama, pero pisó un autito a cuerda que cruzó entre sus pies. Para no caer se apoyó en una pierna del viejo, que dejó de roncar y abrió los ojos. En ese momento todo desapareció: los autos de juguete, las fotitos, el triciclo, el cuaderno, las bolitas, todo. Tatiana miró a su abuelo que despertaba y alargando una mano hacia ella acaso rezongaba, o la llamaba:
—¡Tatiana!
—¡Abu! —contestó. Y salió corriendo.
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