jueves, 25 de septiembre de 2008

Estoy en una burbuja - Eduardo Abel Gimenez


Estoy en una burbuja, flotando sobre la ciudad, recostado como en una hamaca paraguaya. Tengo los dedos de los pies a la altura de los ojos, los brazos cruzados sobre el pecho, y miro hacia la izquierda, al horizonte que queda justo por encima de la azotea del edificio más alto.
Dicen que los chinos inventaron las burbujas, como tantas otras cosas. Pero estaban reservadas al Emperador y a los miembros más elevados de su corte. Cuando el Emperador salía a flotar en una burbuja, a quienes vivían cerca de la Ciudad Prohibida les estaba vedado mirar al cielo.
Hay que estar quieto, porque si no resulta peligroso. Sobre todo si uno tiene las uñas largas y se le ocurre hacer presión en la membrana delgada. O si no se ha quitado los zapatos y mueve los pies con brusquedad. O si ha quedado un mosquito aquí encerrado y uno lo persigue sin mirar dónde pega. En cualquiera de esos casos es probable que la burbuja, y uno mismo, se convierta en apenas un sueño.

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