Aceleró más allá del límite de velocidad. La soledad de la ruta lo aburría. Ajustó la radio tratando en vano de encontrar otra emisora. La oferta de FM en el interior de San Luis era tan reducida como deprimente.
Alcanzó casi el doble de la velocidad permitida. Buscaba otro auto para establecer lo que llamaba: “relación de ruta”; encontrar un vehículo para seguir pegándose a su cola y utilizarlo como guía. Le servía para conocer las características del camino y sobre todo, para controlar su propia velocidad. Ni una sola luz a la vista.
Se sorprendió al descubrir un par de luces acercándose desde atrás, acechantes. Los dos ojos brillantes se ubicaron a una distancia prudente, manteniéndola por varios kilómetros. Odió al otro conductor por utilizar su propia estrategia.
En varias oportunidades aminoró la velocidad para dejarlo pasar, pero el otro auto mantenía la distancia. Minutos más tarde, malhumorado y maldiciendo por lo bajo colocó las balizas y detuvo el auto.
Finalmente, el vehículo que lo seguía se aprestó a superarlo a muy baja velocidad. Se sorprendió al ver que se trataba de un auto igual al suyo y se horrorizó al ver que llevaba la misma matrícula.
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