La humanidad había perecido. La vida entera, animal y vegetal, también. Lo restante, la tierra, la piedra, el agua, los metales, la sal, el aire, eran como un sueño vano, pues todo se había gastado y las excesivas compresiones y nivelaciones convirtieron al Universo en un polvo cósmico.
Fue tan grande, tan inmensa la cantidad de mutaciones y transformaciones por que pasó la materia desde el caos originario, atrapada a veces por la Vida y vuelta a ceder a la Muerte, que al fin los átomos adquirieron la facultad del recuerdo y la conciencia moral, sin conservar nada formal, sensorial ni sensible, pues carecían de organización.
No había ya planetas, ni estrellas, ni soles, ni días, ni crepúsculos.
Una noche continua iluminada por fosforescencias y tenues relámpagos del potencial eléctrico que se escapaba. En esa noche interminable pasaban las exequias de la Vida y del Alma.
Muy vastos, muy largos tenían que ser los funerales de lo que fue tan vasto y casi eterno.
Y, a pesar del tiempo que fluía sin descanso y con la misma impasibilidad antigua, los átomos conservaban inalterable el recuerdo del corazón desgarrado de la humanidad y de las vidas que la acompañaron con menos conciencia que ella en el Mundo.
Y como estaba muy cargado de recuerdos ese polvo vago, en alguna manera semejaba a un ser viviente y a un cerebro. En cierto modo solamente, puesto que nada de lo que palpitaba allí buscaba ventajas, superaciones, explicaciones, análisis o premios. El recuerdo por sí mismo era lo que anhelaba y al mismo tiempo pesábale porque no era un recuerdo de cosas felices, sino por breves momentos, y en lo demás del tiempo sólo revivían dolores, luchas, náuseas y agonías.
Pero era un terco recuerdo que quería, por lo menos, ser estampado solamente en algún monstruoso mármol de algún desmesurado Panteón, porque se sabía pertinaz y más duradero que el mundo, aunque menos fuerte que el tiempo, al que nada resiste.
Y, en los mismos muros del cielo, "donde termina el infinito", y que son un Panteón y no otra cosa, las partículas entraron por las grietas del Panteón, que por muy antiguo ya empezaban a formársele, y allí reposaron, como el polvo en un aposento quieto y cerrado, olvidándose de la antigua reivindicación de dolor que traían por delante "que no haya olvido", "que no se consuma el engaño del corazón".
Y fue el Universo un viejo sepulcro lleno de polvo disperso, tan extenso y desamparado que era imposible tuviera un Comentador, un Historiador de las inhumaciones...
Y, sin embargo, por todas partes se sentía una poesía, una nostalgia, sin que se supiera quién la tenía, puesto que "todo" había perecido.
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