lunes, 15 de septiembre de 2008

Bailar con Amelia - Jorge Márquez Flores


No era ningún galán y no le importaba. Sólo deseaba tener con quién bailar. De niño, su pareja fue una almohada, luego una prostituta, y después un amigo raro... ninguno duró: querían hacer otras cosas con él. 
Una tarde encontró, en un callejón que nunca había visitado, un maniquí de mujer joven, casi bella. Terriblemente sucio, rasguñado, pero completo. Tenía articulaciones en todos los miembros, inclusive en los dedos... Podría asumir casi cualquier posición. Un maniquí fino, abandonado como basura. Lo peinó, fascinado por la sedosidad del cabello tras lavarlo; limpió y reparó su piel toda y hasta le aplicó lápiz labial a la boca entreabierta, en pose sensual. Aceitó las coyunturas oxidadas y la hizo asentir con la dócil cabeza, en son de gratitud. Sin entornar los ojos, le parecía por instantes contemplar una mujer de carne y hueso. La vistió generosamente y bailó con ella la noche entera. Bailar... su pasión. Pero ahora, satisfecho su modesto anhelo, sintió nostalgia por la verdadera compañía femenina. Recordó sueños e inquietudes juveniles y entonces acarició a la suave muñeca de aparador y le habló, imaginando sus respuestas. Al ver sus ojos reflejados en los de ella, tuvo una impresión extraña, aunque eran claramente vidrio trabajado. Había bebido y bailado demasiado. Durmió abrazándola, en un rincón, y lloró al despertar, al constatar su frío tacto, su muerta dureza. Había rozado los irresistibles labios con los suyos, pero no se atrevió a besar semejante objeto inanimado. No debía hacerlo para no enloquecer; encerró al embrujador maniquí en el ropero. Al sacarlo para bailar de nuevo, evitaría esa “mirada”, que su imaginación, insensatamente, había avivado... Además, con esos labios apenas separados, tenía la impresión de que estaba a punto de hablar y contarle algo secreto. Hasta pensó en devolverla al callejón, si seguía imaginando cosas. Pero no tenía pareja con quién bailar. Bailar... ¡bailar!... su pasión...
 Mientras tanto, en la profunda oscuridad de su doble encierro, Amelia se repetía en silencio: “Si tan sólo me besaras, si me besaras tres veces... romperías el hechizo que me tiene atrapada.

2 comentarios:

Unknown dijo...

ay, pobre Amelia. Me gustó este cuento.

Anónimo dijo...

En serio, digna de lástima Amelia, con esa soledad tan llena de nada.Me gustó. Rosa Lía

http://www.2poetas.blogspot.com