
Sabía que era su miedo, su ignorancia o su inquietud la que les regalaba palabras al vacío. Se guardaba muy bien de decirlo. Le dolían los ojos, lo miraban como un náufrago al que no lograron extenderle la mano para que subiera a la balsa en la que navegaban. No le importaba en verdad a quien le adjudicarían la buena o mala fortuna, ni los nombres que repetían, ni los buenos propósitos que apilaban; romperían las promesas, olvidarían las catástrofes, cometerían los mismos errores.
Se podían ver las costas de este mundo nuevo y fresco, lo había encontrado casi al fin de sus víveres y con las últimas gotas de energía de sus máquinas.
Era un paraíso, un paisaje que en su mundo sólo se veía en los recuerdos y en los sueños.
Aterrizaron sobre un mar azul oscuro y tranquilo, la línea del horizonte dibujaba una tierra que prometía descanso y paz, frutos por mucho tiempo perdidos. Se preguntó, como nadie lo hacía en esa nave, cuanto tiempo tardarían en aniquilar lo que ahora veían como una bendición, cuanto tiempo guardarían la sensación de que pisaban una tierra sagrada. ¿A qué distancia estaban del humo y el fuego ardiente?
Los mismos que mataban su viejo mundo, ahora levantaban los brazos para agradecer los nuevos frutos. Ellos habían sido los primeros en abordar las naves cuando la catástrofe se desató sin remedio. Pero el aire suave y una pequeña ave que enviaron a la costa volvió por así decirlo contenta y le despertó una sensación nueva, o tal vez una muy vieja y perdida. Sintió la sin razón de los que creen, sintió esperanza.
También él levantó los brazos y recitó en una plegaria silenciosa, por si había alguien allí que la escuchara.
Sólo pedía un poco de tiempo, disfrutaría de los árboles y el sol, volvería a luchar con la ilusión gastada. Tendría sentido, tal vez, para los muertos, los que habían defendido el mundo hasta el final y se habían consumido con él, los que se habían perdido o no habían resistido la travesía.
Apenas pisó la tierra, esparció su bendición sobre los sobrevivientes con una rama embebida de este mar sin nombre todavía; después de todo él también podría creer un poco en un cielo como ese, después de todo era un sacerdote.
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