Los duendes del desorden aparecen de repente: salen del clóset o del interior de un zapato y comienzan a tirar todas las cosas que encuentran en tu habitación. Rompen el retrato de tu ex novio y se tragan los pedazos, con un lápiz labial dibujan falos en el espejo, o revuelven las fragancias de tus frascos en un solo perfume alucinante. Tú, sorprendida, tratas de cubrirte los senos y el pubis, y buscas tu ropa nerviosamente mientras los duendes ruedan y ruedan carcajeándose en el piso. Suena el teléfono: los duendes abren los ojos y se quedan mudos. Al segundo timbrazo comienzan a temblar. Al tercero huyen despavoridos. ¿Bueno?, contestas con jadeos de dragón. Hola niñita, soy Psiquiatramán y hablaba para ver cómo va todo. ¡Psiquiatramán!, exclamas; los duendes del desorden trataron de violarme, pero ya se fueron. ¿Cómo lo hiciste? Soy muy poderoso, responde Psiquiatramán disfrutando cada sílaba en su boca. Dices buenas noches, cuelgas, suspiras y te ves en el espejo. Tus ojos están llenos de polen cristalino y claves de sol azucaradas. En la punta de tu nariz se adivinan mil y un amaneceres con distintos colores en el cielo. Luego te asomas por la ventana: arriba la luna llena es un bondadoso gato derrumbado encima de las nubes, y las constelaciones son enormes malvaviscos. Estás tranquila. No hay ni rastro de los duendes del desorden, tal vez han desaparecido de tu vida para siempre. Sonríes.
Lo que tú no sabes, pobre idiota, es que del otro lado de la línea telefónica un duende del desorden con dedos de cuchara devora los ojos y la lengua, lame lentamente la sangre seca de Psiquiatramán, asesinado hace más de una semana.
Lo que tú no sabes, pobre idiota, es que del otro lado de la línea telefónica un duende del desorden con dedos de cuchara devora los ojos y la lengua, lame lentamente la sangre seca de Psiquiatramán, asesinado hace más de una semana.
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