El viento negro de la noche mesa las angustiadas copas de los álamos. Tocan reciamente a la puerta.
—Es el viento que bate la verja, madre.
Ella busca en la mesa, donde el cono amarillo de la lámpara, con un exacto borde, da primero nacimiento a sus manos gordezuelas, luego al moño blanco.
—¿Dónde está mi dedal, hijo?
—El diablo esconde las cosas, madre. —Las manos aceradas de él hojean el cuaderno de recuerdos—. Se nos han perdido las cartas del abuelo, madre. —Un largo grito, cortado de un sollozo.
—Es sólo el gato que la luna hiela en el tejado.
—¿Y cómo fue que dijo el abuelo aquella vez, madre?
Las manos, taraceadas de azul, dejan la aguja, en la que la luz rebrilla un instante. —Si supieras que se me ha olvidado. —El viento muere de pronto con un golpe ronco en la ventana.
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