domingo, 4 de agosto de 2013

La Muerte camina al sol - Ada Inés Lerner


Habrá quien me crea, y quien no. Aclarado este punto les relataré mi encuentro con La Muerte. La encontré en una plaza de Ituzaingó frente a un damero dibujado en la pequeña mesa de piedra. Algunos juegan ajedrez otros damas, yo quiero jugar con Mi Muerte. La reconozco porque es parecida a mi. Nos une un destino de mujer. Me conmueve cierta mística, cierta creencia: ella muere un poco con cada una de nosotras.
Me siento frente a ella para conversar, si ella quiere, claro. Ella está allí atendiendo cartas y correos electrónicos: pedidos por enfermos y desahuciados. También hay algunos que quieren saber cuándo, cómo, dónde. Lee a todos con la misma dedicación, se nota que es un trabajo que la apasiona. Me repito: yo estoy despierta y viva y soy la única en este lugar que la reconoce. Se ve muy delgada y tiene esa presencia mágica que todos le otorgamos. Siempre se negó a envejecer. Desde que tengo memoria he visto que la han retratado vestida de negro, el mismo rostro enjuto y una profunda determinación Divina en el gesto.
Se dice que se la llevó un amor no correspondido en el principio de los Tiempos. Pero el Tiempo es una convención humana o ¿no? Se fue y volvió: su Superior le ha encomendado una tarea y ella parece necesitar más tiempo que la eternidad.
Hay una cierta pausa sin prisa en este encuentro fortuito. Me siento sin pedir permiso ¿qué hago yo aquí? y me doy cuenta que estoy emocionada y que mis pensamientos están desordenados y confusos. Yo también quiero sabe. Tengo derecho, tuve hijos, planté árboles y escribí libros. Quiero aprovechar esta última oportunidad que me da la vida, para conocer mejor a esta mujer. Aunque a veces creo que es un mito.
Ahora debería lograr interesarla en mis preguntas y escribir un buen cuento, aunque sea el último, que me perpetue aunque sea póstumo ¿y entonces? ¿A quién le va a interesar el reportaje a La Muerte? Por muy célebre que sea. Todo el aplomo del primer impulso se desarma en mi interior. ¿Cómo abordar a esta Muerte célebre?.
Busco apoyo en el respaldo de la silla y me enderezo un poco; me la quedo mirando seria, sin poder articular palabra. Ella sigue concentrada en lo que hace. Repite la lectura buscando vaya a saber una qué secretos. Todos los movimientos los hace con calmada precisión. ¿Es esta una intromisión de la vida en la eternidad? ¿Yo desapareceré de pronto?
Pierdo de a poco la timidez y sigo observándola casi con descaro. ¿Cómo serán los pensamientos de La Muerte? Ella me mira, sorprendida, por encima de sus papeles:
—¿Compañera? —me dice
Estoy confundida. Yo no estoy muerta. ¿Deberé decírselo? Creo que ella lo sabe. Sonríe. Me mira inquisitiva.
Ante mi silencio ella toma la delantera:
—Estoy perpleja.—dice.
Comienzo a sentir algo parecido al miedo
—Viniste por mí o por vos?
—Yo… señora … creo haber cumplido mi misión —estoy parapetada en un rincón de mí misma— y estoy enferma, ya no puedo ser útil como antes, más bien soy una carga.
—¿Me equivoco o preferís morir a bajarte del caballo? —la ironía me hace sonreír—
—Algo así…
—¿Crees ser dueña de tomar esa decisión ¿te corresponde?
—Soy dueña de mis decisiones, no me ata ninguna fe que me contradiga, doné mis órganos, dejé los papeles en orden, no le debo nada a nadie.
—¿No tenés miedo? ¿A lo desconocido? ¿Al más allá?
—No, no creo en un dios que castigue, no creo en los castigos divinos, tampoco creo merecerlos, no he sido una santa pero tampoco he hecho daño intencional a nadie. Mas bien tengo curiosidad. Quiero ver el universo desde esa visión. Lo que he visto acá... se repite desde que se escribe la historia
—Como suelen decir ¿“no hay nada nuevo bajo el sol”?
—Yo creo que sí, que hay mucho por ver, por aprender. Debe ser como un viaje espacial entre las galaxias.
En eso caigo en la cuenta sin saber por qué, mi tiempo se termina. ¿Sabe ella quién soy? ¿Será que a pesar de los muchos años que representa el personaje de La Muerte, se niega a abandonar sus ideales? No conozco su pensamiento, sólo por sus actos. Murmuro:
—¡Pero usted... está hablando conmigo!
—No le digas a nadie que me viste. No te creerían o lo que es peor sí, y quizá como yo debas afrontar la calumnia, la injuria, la infamia.
Ella mira su reloj. Mi tiempo se terminó.
—Señora, ¿qué pasará conmigo? ¿puedo verla otra vez?
—Sí, claro, voy a llegar en el momento preciso. Lo único que te diré es que hay muchas vidas y muchas muertes, habrás muerto con cada pérdida y luego renaciste y fuiste otra mujer, una y otra vez. Cada una muere como vive, no tienes nada que temer.

La Autora: Ada Inés Lerner

1 comentario:

Rosa Lía Cuello dijo...

Interesante cuento. Siempre es bueno hacerse amigo para aplacar los miedos.Abrazos