lunes, 16 de enero de 2012

Los muertos no hablan - Xavier Blanco


La lluvia continuaba tamborileando la techumbre. Las gotas resbalaban por los cristales opacos, semejando lágrimas, lloros cansados. La muchedumbre comprimía la estancia -un espacio diminuto y descarnado-. La humedad impregnaba, carcomía los huesos; el aire pastoso, mefítico, convertía el aposento en un hontanar. Siempre la lluvia, la maldita lluvia que no respeta ni a los muertos. La luz de la noche encumbraba el féretro, y aquella tez pálida cortada por una sonrisa irónica presidía la sala, como si se tratara de un tótem, de un árbol sagrado. María, ataviada con su máscara de pena, disfrazada de negro azabache observaba: no hay peor muerte que el mutismo del velatorio, peor martirio que la melodía fúnebre que canturrea un coro de plañideras cercando el ataúd. En ese instante, cuando el silencio de la expiración desgarraba sus tímpanos, sin razón aparente, como si las campanas de la iglesia hubieran tocado a retirada, la gente, los amigos, los familiares, empezaron a desfilar marcialmente. Se fueron despidiendo, uno detrás de otro, en fila, ordenados. Ella, como si fuera una enseña, una triste bandera, sentía sus abrazos sudorosos, sus resuellos fétidos, sus pésames cansinos.

Ya sola, miró la luna, insignificante, acuchillada por la lluvia, suspendida en ese cielo desabrigado de estrellas. Cerró la puerta y abrió su alma, desbordada de lamentos. Contempló por última vez el sarcófago, el cuerpo de su marido amortajado, su mirada pétrea. Su sombra, obligada por la luz alicaída de la vela, se reflejaba en el techo desconchado, raído por el tiempo, y fragmentada en mil pedazos eclipsaba su cuerpo diminuto. Tragó saliva invadida por el miedo. Cansada, asediada por la vida, se dejó caer en el escaño, fue capaz de mirarlo otra vez, la última. Creyó escuchar su voz, se estremeció al pensar que podía ser un sueño, una pesadilla, que la puerta se volvería a abrir y él, esbozando una sonrisa macabra, traspasaría el umbral. Se quedó sin aliento, se asfixiaba, su boca garabateó una sonrisa, tantos años sin respirar que su cuerpo se había acostumbrado a vivir sin aire: los muertos no hablan, no gritan, ni siquiera maltratan, pensó. Los muertos están muertos, no son nada, sólo pasto de gusanos, recuerdo de beatas. “Con la cuchara que escojas comerás”, le dijo su madre días antes de casarse, cuántas veces recordó aquella sentencia, treinta años comiendo sobras, ayunando felicidad. Miró la garrafa de aguardiente, solitaria encima de la mesa, llena de veneno, de ese bebedizo que había finiquitado la vida de su marido, que había lacerado la suya durante treinta años. Poco para toda una vida.

Se quitó la máscara, se despojó de esas ropas enlutadas, se hubiera quitado la dermis si hubiera podido; dispuso la maleta sobre la cama, que rellenó con cuatro trapos y un par de zapatos. Cerró la puerta con fuerza. La muerte llega en un relámpago, en un instante, pero la vida es eterna, comienza cada día. Si te dan a elegir entre la vida y la muerte, por aciaga que sea, uno prefiere vivir, y al final aprendes que la muerte es solo eso, una tomadura de pelo.


Tomado del blog: Caleidoscopio

6 comentarios:

Miguel Ángel Pegarz dijo...

Me has hecho hasta buscar en el diccionario :-)

XAVIER BLANCO dijo...

Hola Cybrghost, gracis por leer el texto...me has dejado preocupado...si es una crítica, la acepto...
Saludos

Mar Horno dijo...

Yo sólo he tenido que buscar hontanar. Por cierto, palabra precisosa.
"Los muertos no hablan" y menos mal. Me ha parecido un texto desgarrado, destila infelicidad sobrellevada con resignación, desprende los efluvios pestilentes del personaje principal, el muerto, ese verdugo de felicidad. Y el final, de esa mujer maltratada y vejada, me ha gustado. Está lleno de esperanza. Bien enterrada esa maldita cuchara, espero que encuentre un buen tenedor con el que ir pinchando aquí y allí, un poquito de felicidad. Un abrazo Xavier, me ha encantado leerte de nuevo.

Unknown dijo...

El cuento que llevé a Bosque!!!!
Qué dicha encontrarlo acá.

Nada puedo agregar, ya conocés mi debilidad por este texto maravilloso.

Abrazos

Miguel Ángel Pegarz dijo...

Xabier, el texto no sé que opinar exactamente de él, francamente. Ni me desagrada ni me entusiasma. Es una alabanza a tu riqueza léxica. Mefítico y hontanar estaban fuera de mi alcance.

Isolda Wagner dijo...

Fantástico Xavier, ¡qué bien narrado! El texto empieza suavemente y acaba doliendo como un puñal, pero luego llega ese estupendo final; tiunfa la vida que le fue negada. Me ha gustado mucho.
Así pues, te envío tantos besos como palabras de tu texto.