martes, 19 de octubre de 2010

Carta de amor de Leticia para Ariel – Ana Casale



                                                    Buenos Aires, 23 de enero de 2007

Queridísimo Ariel:

Pasó el tiempo. Era lo único que sabíamos que iba a suceder. Lo anticipaban los viejos diciéndonos que en un abrir y cerrar de ojos,  entre el aleteo de una mariposa, entre los buenos días y las buenas noches, entre subir y bajar una persiana, se pasa la vida.  El futuro no está como lo habíamos pensado. El mundo no es más justo ni más amable.
Y aunque haya quienes me dicen que a nuestra edad ya está todo hecho, yo aún me creo en un preludio, en un prólogo, creyendo que algo está por comenzar.
Entre hijos, hijas, nueras, yernos, nietos, vuelvo a pensarte. Ellos me traen tu recuerdo y vuelvo  a encontrar tus gestos en otra generación más.
Me miro al espejo y traspasando la imagen que me devuelve, encuentro a una adolescente esperanzada y soñadora, enamorada de vos y de la humanidad.
Cada tanto, unas breves líneas en el correo electrónico o un mensaje en el teléfono, lleno de piropos tuyos, me hacen  recordar que existe alguien tan antiguo como yo sobre esta tierra, que guarda en alguna parte de su memoria algo de mí.
La imagen de nosotros dos amándonos y deseando cambiar el mundo y luego la dictadura, el fin de los sueños y de tantas vidas, amigos, amores sin un lugar donde llorarlos.
El día que te arrastraron lejos, fue el fin, y aunque tantos me creían chiflada, yo sabía que ibas a volver. Por ese entonces lloraba cada día un poco, como si fuera un ejercicio necesario. Después llegaba la calma, ocuparme del trabajo, de los otros, de la vida.
Mi mirada se volvió mas atenta a cada detalle para que no te perdieras ninguna novedad, ningún cambio, ninguna flor, ninguna película. Leía en voz alta a tus autores preferidos y abrazaba el doble a nuestros hijos.
Pasó demasiado tiempo, pero volviste, como yo sabía, lleno de cicatrices,  los ojos perdidos, los pies descalzos. Lleno de visiones de horror impensado. Pero con bastante más suerte que todos aquellos que quedaron desaparecidos para siempre.
—Eres casi la misma —me dijiste abrazándome; y era verdad, conmigo habían sido más sutiles. Por fuera ninguna marca. Dentro mío no quedaba casi nada.
Creo que para no herirnos elegimos la distancia.
Sin embargo, y hoy quiero que lo sepas, volví a temblar cada vez que alguien te nombraba, a esperar cada encuentro nuestro por más breve que fuera, cada llamado tuyo, cada línea.
Y por las dudas, seguí llorando cada día un poco y mirando la vida por vos, como si hiciera falta.
Por siempre cerca tuyo,
                                                             Leticia.
                                                                                   

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