En el Zaire me encontré una señora que hablaba bastante bien swahili, que domino como la palma de mi mano, dijo Mr. Parkinson. Ella nos invitó a pasar a una sala oscura con una vela encendida en el centro. Ahí nos dieron a beber una sopa en una calabaza que ella dijo que era muy antigua. Bebimos hasta quedar saciados de esa sed húmeda que da remontar el Congo. A la mañana siguiente, la muchacha nos mostró su bebé que dijo que era de uno de nosotros dos. Pero era imposible. De un día para el otro no se tienen niños, ni en Zaire ni en ningún lugar, dijimos. Sobre todo mi mujer, que alegó completa inocencia. Cosa que no fue admitida por el brujo de la tribu. Como me negué a responder a los requerimientos económicos, me cortaron la lengua. Desde entonces no hablo ni parsi, ni portugués del Sur, ni boliviano del norte, ni wichi, ni mapudungun, ni aónik’enk, lenguas que adoro y antes manejaba con soltura, sobre todo dentro de la mochila. Nunca me confundía de lenguas. Cuando fuimos a Tahití, mi mujer y yo poníamos nuestras lenguas del idioma universal del Pacífico Sur y siempre íbamos a los mejores lugares porque nos tomaban por lugareños oriundos. En México tuvimos ciertos problemas porque casi no nos dejan pasar con la mochila de lenguas, pero al final fue un paseo divino. Hablábamos como nacionales. Ésa es la ventaja de tener lenguas madres. En cambio, después de esa gira con el holandés errante nos perdimos en Zaire y apenas si pudimos recuperar algunas lenguas, pero eran vírgenes aún. Y ya lo dije, no hay como las lenguas madres. Es lo que nos pasó en la India, sin ir más lejos. O en Nepal, un poco más acá. Así que: pongo a la venta mi mochila con lenguas madres. Algunas están vivas, otras muertitas. Pero se pueden usar. Al principio da asquito porque tienen un poco de gusto a formol, natrón y sustancias momificantes adheridas, nada peor que el poxirán, si me quieren entender. Si quieren, lo pongo a subasta a partir de precios módicos y sumas frioleras. No quiero venderla sin antes ofrecerla a mis amigos.... ¡Ah! ¿Lo del pibe en Zaire, quieren saber? Y nada... lo reconocí a medias. Tenía una dentadura parecida a la mía. Sigo creyendo que de un día para el otro no me pueden decir que nació el purrete, pero lamentablemente, era eso o me cortaban otra cosa... la visa.
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