Sale nomás de noche; da la espalda a las nubes.
Sombra de cualquier sombra, oculta su rostro malformado entre los muros. Roedor infatigable de cuartos en penumbras, carcome sus deseos entre sábanas grises.
El mediodía escurre polvo en la ventana. Las aves gotean sobre la buhardilla. La mujer entra al baño. La bombilla es una oración que palpita en el techo. El agua llora sobre su piel. Las tardes arrugadas le recuerdan que nunca llegó carta de amor hasta sus manos.
Unta silencios sobre su piel de oruga. Limpia la caverna que debió contener un ojo bello y grande. El ploc-ploc de la gota tartamudea la partida del cojo que despreció su amor.
La oquedad bajo la frente, antigua caracola, imita los ecos de su llanto.
El cuarto tiembla; ella asfixia recuerdos en una caja vieja, repleta de rencores grasientos.
Todo le sabe a sal; sabe que algún día exiliarán a los espejos.
Pinta socarronamente sus labios. Dos trazos tangenciales.
Una mueca asoma...
A lo lejos los muros deshojan el canto del cisne.
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