En hombre veneraba a Baudelaire.
Él, como el poeta, rechazaba la idea clásica de que lo bello se hermana con lo bueno, el kalos kai agathos, y estaba convencido de la necesidad viva de encontrar el lado oscuro, reprimido y peligroso del amor. Viajó a París y vivió, apenas con lo puesto, en el viejo Barrio Latino. Conoció a su Jeanne Duval en un antro de la Rue Séguier, casi llegando al río. Se llamaba Elènne y no era mulata, sino mora. Vivieron juntos todo un invierno, en una habitación prestada con ventanas sin vidrios. Cuando se acabaron las pocas maderas que, para calentarse, quemaron directamente sobre el piso, se desnudaron bajo dos mantas raídas, y encendieron el amor. Ella lo hacía estremecer cuando bajaba sus manos y palpitaba cuando el, con toda suavidad, pellizcaba sus pechos. Matizaron sus propias bellezas con lo inesperado, la sorpresa y el estupor. Se sedujeron y se fundieron en el éxtasis, buscando, de manera consciente, ser destruidos por la cautivante intensidad de aquellas horas de frío.
Baudelaire decía:
La ciega polilla vuela hacia vos, candela.
Crepita, brilla y dice: ¡Alabemos a esa llama!
El amante jadeando sobre su hermosa; tiene
el aire de un moribundo que acaricia su tumba.
Llegaron a reírse del poeta. Cada uno de ellos olvidó su yo en la carne del otro.
Sin embargo, al llegar la primavera, Elènne reivindicó su derecho a marcharse.
Él hombre ―que había sido tocado por esa arrebatadora visión de lo perfecto, que se había balanceado durante tres fríos meses entre lo sublime y lo diabólico, lo elevado y lo grosero, el ideal y el aburrimiento angustioso— entendió, de golpe, el espanto del juego del amor: era preciso que uno de los dos jugadores perdiese el gobierno de sí mismo.
Como la polilla hipnotizada por la irresistible belleza de la llama, debía pagar el precio más alto: saltar al abismo y librarse al espasmo de la muerte.
En la mañana, encontraron su cuerpo desnudo flotando en el Sena. Sonreía.
6 comentarios:
¡Brillante, Daniel! Una historia apasionante y una resolución de gran nivel.
Suscribo las palabras de Sergio. La intensidad del drama, in crescendo, y un final de muy alta talla.
Muy buen cuento. Chapó, Monsieur Friní!... Únome a los presentes...
excelente...buena trilogía...
¡Gracias! Un cuento mio comentado (y elogiado) por semejante línea de cuatro es lo más parecido a recibirse de escritor
Vaya a sentarse, tiene un diez.
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