Sus habitantes, los más desdichados de la creación, estaban a merced de las modas. Tan pronto sufrían una intensa tortura rodeados de intensas llamaradas como se encontraban flotando en un espacio infinito sin otra cosa que hacer que recuperarse de la agonía padecida.
Los demonios aprovechaban sus épocas de existencia para ensañarse con sus huéspedes, o al menos, eso ocurría en los viejos tiempos. Últimamente, agobiados por la enorme cantidad de pecadores que ingresaban al año, apenas podían castigar levemente a todos. Así que debían ser elegir muy bien a quien se dedicaban. Dios, preocupado de que éste hecho aumentara todavía más el número de clientes del averno, bajó desde el Cielo para pedir explicaciones.
—Quisiera saber cuán ciertos son los rumores que dicen que los pecadores no están siendo debidamente castigados.
—No conceda demasiado crédito a los rumores, señor. Lo tenemos todo controlado. Ya que nos es imposible castigar a todos lo que vienen, los agrupamos según sus pecados y a los más graves les damos preferencia. A ver… Tenemos ladrones, violadores, asesinos, pederastas,…
—No se olvide de los ateos.
—No se preocupe, señor. Esos siempre van los primeros.
1 comentario:
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Excelente.
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