
Apenas puedo soportar ya a mis vecinos. El de la izquierda, un muchacho joven y altanero, suele cometer los excesos propios de la gente de su edad. A menudo, dejándose llevar por su vena más contestaria, blasfema a voz en grito y dedica feroces insultos a quienes cometen la torpeza de prestarle atención. El hombre y la mujer de la derecha, por su parte, pasan las jornadas enzarzados en discusiones interminables, cuestionando primero la idea de estar juntos, reconciliándose después y volviendo a reñir al poco rato. En ocasiones, cuando creo que sus mutuos reproches están a punto de colmar mi paciencia, golpeo la estrecha pared que nos separa, pero rara vez se dan por aludidos y guardan silencio. Lo peor de todo es que con el habitual jaleo las visitas nunca desean permanecer demasiado tiempo a mi lado. Afortunadamente, la situación está a punto de cambiar. Pronto la tranquilidad y el sosiego volverán a presidir mi descanso. El crudo invierno ha dañado de forma irreparable mi morada y en pocos días tendrán que trasladarme a una nueva ubicación, lejos de aquí, en el extremo opuesto del cementerio.
Hola
ResponderBorrarsobrecogedor final, me ha gustado
un saludo
Yo también tengo unos vecinos fatales. Gracias. volveré. Un abrazo.
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