
Una mujer preguntó dando voces: —¿Por qué hace tanto calor? —Se veía que estaba enfadada con el autobús y preocupada. De verdad, el autobús, que iba muy deprisa, como si no existieran para su conductor las reglas de tráfico, se hizo rojo vivo; las sillas comenzaban a arder y el sudor se convertía en vapor momentáneamente. Al gritar la mujer, todos los pasajeros lamentaron haber escogido este autobús; se habían quitado las chaquetas, las jerseys y toda la demás ropa que podía conservar o producir calor, y ahora se sentían como si estuvieran en un verano como de Sevilla. Sólo un chico del último asiento, no daba voces ni trataba de acercarse al conductor ni abrir las ventanas; todos los que se atrevían quedaban con la mano quemada gravemente; este chico sólo se salvó gracias a que se deshizo la parte trasera del autobús y se halló en el medio de la carretera, mientras el conductor cruzaba, con los pasajeros, la frontera del infierno.
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