
Cada vez que me iba era para asistir a eventos fascinantes: pude inclinar la frente ante la reina Nefertiti; estuve sentada a dos metros de Oscar Wilde, mirándolo almorzar; incluso asistí a la primera proyección de los hermanos Lumiere, después de pasar un mes navegando en un barco vikingo. Mi vida era fabulosa, podía llegar a cualquier sitio, en cualquier momento. Lo tenía todo cubierto, nunca intervine en ningún hecho: me limitaba a observar, durante lapsos breves, y luego volvía. Mis viajes se hicieron cada vez más largos, mis amigos sabían que yo estaba fuera por mi trabajo y nunca le dije nada a nadie, porque hubiera sido un error. La cosa es que de repente todos empezaron a decirme “te ves un poco abatida”, “no trabajes tanto”; luego el novio que tenía me miró preocupado “amor, te ves ajada”; y finalmente, después de una estancia muy larga en la segunda década del Siglo I, regresé y me di cuenta de que la gente se sorprendía al verme, hubo quien incluso se asustó: era mucho mayor que todos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Por favor, tratá de que tu comentario sea sobre la microficción en cuestión. Asuntos personales (buenos y malos) que tengas con el/la autor/a del texto y/o los miembros de este blog por favor resolvelos por otros canales ya que este no es el adecuado.
Gracias.