
Nunca vi a los desolados padres que construyeron en el Panteón Municipal un cuartito blanco sobre la tumba de su hijo, cosa muy normal, y que adornaron con juguetes que observaba siempre, cuando íbamos a visitar a nuestros muertos, y yo (niño aún) me parecía lo mejor de la visita el disfrutar de los carritos y aviones de lata, pero un día cambiaron esos juguetes por balones, y luego por libros juveniles, y después por artículos de estudiantes, y más tarde por libros de leyes y juegos de oficina y entonces comprendí que a esas personas el hijo muerto les crecía más y más y estaba a punto de recibirse de abogado, y un día —el último en que me atreví a asomarse por las ventanitas del cuarto blanco— había un traje negro y un ramo blanco, de novia, y no quise imaginar qué se suponía que significaba eso, que compañera podía haber encontrado ese niño muerto que era ya un hombre.
Muy bueno! Por qué no lo había leído antes! Todo un misterio ahí José... y qué misterio.
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