miércoles, 19 de noviembre de 2008

La amenaza - Vladimir Hernández


En cuanto llegué al dichoso planeta me dejé caer por la cantina del espaciopuerto. Tenía el extraño presentimiento de que algo me iba a amenazar en este lugar, pero tal vez fuera sólo paranoia. Necesitaba urgentemente darme un buen trago de alcohol. La cantina de viajeros estelares era una esfera transparente de múltiples niveles, donde pilotos y tripulantes de más de cincuenta especies acudían a beber o intoxicarse los correspondientes metabolismos durante los períodos de carga o descarga de sus mercantes.
Había usuarios de todo tipo: insectoides medianos de los mundos dónicos; artrópodos gigantes del brazo espiral, ulmares anfibios respirando mezclas exóticas de sus cápsulas y enfundados en exoesqueletos de potencia, espinosos yantares de la constelación U-2, escamosos golbs, plumíferos argosianos, y hasta cyborgs-pilotos con implantes de rutinas sociales, todos ellos exhibiendo ese aspecto de viejos y duros lobos del espacio, pero yo no pensaba dejarme avasallar sin sacar a Pepito, que está implantado en la palma de mi mano, se activa por orden neural y su cañón dispara unos magníficos haces de energía plasmática. En fin, Pepito suele ser un argumento muy convincente contra los camorristas de turno.
—Necesito un trago —le dije al cíber bípedo que atendía la barra.
Me miró como si yo fuera un bicho raro y dijo—: No le servimos bebidas a las máquinas. Si necesita algún tipo de reparación acuda al área de servo-mantenimiento.
—No soy un meca, lerdo. Deberías aprender a reconocer a un sofonte de primer orden. Soy un ser humano, tal vez no hayas visto uno nunca.
—No estás en mi matriz. Eres un simple servo averiado.
—Pues actualiza tu dichosa matriz, cabeza de lata —dije, un poco harto de la terquedad de aquel cíber—. Necesito un trago de contenido alcohólico. ¿Acaso los circuitos de inteligencia de esta zona no son muy confiables, o es que la radiación EM está causando estragos por acá?
—Es usted una máquina muy testaruda —terció el cíber—. No posee interfaces que lo identifiquen como un sofonte. Es evidente que alguien le ha vendido defectuosas rutinas de comportamiento, y ahora usted pretende ser lo que no es. Le recomiendo que acuda lo más pronto posible al área...
—¿Acabarás de una vez? —comenzaba a sospechar que el condenado cíber nunca traería mi bebida—. Mira, listillo, he hecho un viaje de mil parsecs desde la Tierra y, francamente, no estoy de humor para aguantar tus letanías de autenticidad. Tal vez haya alguien a cargo de este lugar que pueda darme lo que pido.
—Definitivamente está usted fuera de servicio —dijo sin inmutarse—. Fantasea todo el tiempo. Concluyo que su mal no tiene solución. Voy a llamar a la guardia del puerto para que le transfieran al centro de desmantelamiento.
De repente me di cuenta que mi presentimiento estaba acertado. Nada tenía que temer de los duros lobos del espacio de la cantina; la verdadera amenaza provenía de aquel inepto cerebrito cibernético. No soporto el comportamiento anárquico en las máquinas. Significa que alguien tiene que restablecer el orden.
No me lo pensé dos veces. Activé a Pepito apunté al sujeto, y le di un explosivo “pasaje” hacia el infierno de las máquinas disfuncionales.
No soporto que un meca de última generación me recuerde lo que soy en realidad.

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