
Yo era una manzana azul, él era un espino negro. Yo era dulce como la guayaba, él era sombrío y amargo como el acíbar. Yo leía cosas que tenían que ver con el don de la ebriedad, él leía cosas sobre la escuálida diosa razón. Yo amaba a Nietzsche, él era devoto de Descartes. Yo era dionisíaca, mientras que él era un vago remedo de sopa de convento, un diminuto apolíneo pusilánime. Yo era hermosa, él un monstruo de fealdad, un paranoico. Yo, además de hermosa, tenía la gracia de ser elegante —está mal que lo diga, pero era así—. Él, además de feo, era extremadamente tosco en sus modales. Yo era un punto y seguido, él un punto y final. Yo tenía la boca perfecta, y sin embargo él, tenía prognatismo maxilar, boca de cucharón. Yo era extraordinariamente inteligente y lúcida —¡Dios, qué falta de modestia!—, él era rematadamente lento de mollera y oscuro. Yo era apasionada, él frío como un témpano. Yo era todo alacridad, fruto sin duda de una educación esmerada, él era un ser violento, artero, un rústico. Yo era optimista a más no poder, él era pesimista sin remedio. Yo me tragaba el mundo, él lo llevaba a cuestas. Éramos la antítesis el uno del otro. Por eso nunca se enamoró de mí, ni yo de él. Éramos dos seres asimétricos. Yo cocida, él crudo.
Publicado en: http://mquinadecoserpalabras.blogspot.com/
Extraño que con la de gente que lee esta bitácora nadie haya dejado un comentario... me parece magnífico Juan. Me gustó mucho.
ResponderBorrarMe hiciste acordar a ese cuento de Nabokov sobre las coincidencias. :)
ResponderBorrar