
Era un violinista tan bueno y tan pobre que, cuando tocaba, los ángeles, con tal de oírlo, bajaban a rascarle la cabeza mientras tenía las dos manos ocupadas en tocar (gran homenaje por parte de ellos pues consideran a este mundo muy sucio).
El violinista murió y, enseguida, lo acaparó Dios según hace siempre con lo mejor del mundo. En el cielo todos son haraganes y todo se les vuelve juntar las manos y adorar; en cambio, el mundo, es el lugar del trabajo y del estudio.
El violinista compareció ante Dios. El Pobre estaba neurasténico a causa de su eternidad y asqueado de las óperas italianas. Wagner todavía no era conocido debido a una discreta interposición de Roma.
Dios le pidió un repertorio serio. También gustó de la técnica brillante que caía justa en su oído omnipercipiente.
—¿Qué quieres —le dijo Dios— a cambio de tus sonatas?
El músico respondió:
—Que me nutran, que me rasquen la cabeza como antes, que me abaniquen con las alas de los ángeles en verano, y si aquí hay invierno, que me traigan un pequeño demonio con fuego de ese lugar que es de mal gusto nombrar aquí en el cielo y en Inglaterra. Que los ángeles no toquen mi violín pues temo fundadamente que sólo interpretan bien la “música celestial”. Además lo necesito para mi propia Gloria. Yo les afinaré el cielo. Amén.
Este escritor oriundo de Morón,desconocido para el gran público, fue amigo de Borges y de Macedonio,gracias por recordarlo.
ResponderBorrarSergio Fombona