jueves, 11 de septiembre de 2008

El legado – Angela Schnoor


Corina mantuvo sola a su única hija y ahora cuidaba de la nieta para que la muchacha pudiera trabajar. La niña, quieta y solitaria, desaparecía de pronto y la abuela recorría la casa llamándola vanamente. Cuando aparecía, sonriendo de modo extraño, tenía cuchillos y tenedores en las manos. Por más que preguntaran, la niña no hablaba, sólo reía con su extraña risa. Sacrificándose, le regalaron muchas muñecas a la pequeña, en la esperanza de que abandonara los juegos con objetos peligrosos. Pero las muñecas desaparecían, así como agujas de tejer y cubiertos hurtados de los cajones. El día en que una lluvia fuerte inundó el sótano, tuvieron que hacer una obra radical en los cimientos de la vieja casa. Fue entonces que, aterrada, la vieja encontró las muñecas de la nieta destrozadas, con las entrañas abiertas, ensartadas en los cuchillos y agujas de croché. La casa de Corina siempre había sido una clínica de abortos.

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