martes, 12 de agosto de 2008

Hambrienta - Iván Olmedo


No sabían lo que hacían, sus amigas, cuando la llevaron por primera vez a comer a un chino. Ella, que los evitara siempre, con cierta aprensión ignorante. Así, un sábado que no tenía nada de especial, le cambiaron la vida. Fue un shock, la primera prueba. La segunda, un éxtasis. Todo estaba tan bueno en los chinos… Desde entonces, no necesitaba excusas ni invitaciones para regalarse a sí misma una comida. Como este viernes, uno cualquiera, impaciente por la espera, con la carta entre las manos, contemplando las fotografías de los manjares. El chino se acercó a ella, sumamente amable y, al recoger el pedido, se inclinó un poco hacia delante, por costumbre. “Una buena elección, señola”, y se alejó. Mientras ella, ansiosa, se enjuagaba la boca y se lavaba los dedos en los cuencos de cristal ad hoc, notó cómo su entrepierna se mojaba un poco. Ya traían el primer plato. Allí llegaba, musculoso y sonriente.

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