domingo, 21 de septiembre de 2014

Antiguo aforismo – Ana Caliyuri


Ella pensaba que algún día la mandaría a llamar Herácito, Sócrates o Platón para felicitarla. Había visitado varias veces el mentado Templo de Apolo en Delfos donde rezaba la inscripción: “Conócete a ti mismo” atribuido a varios sabios antiguos. Eufemismo puro; en verdad nunca conoció tal lugar pero si descubrió lo mejor y peor de sí misma. Ella era un trozo de fragilidad envuelta en silencios y un retazo de fortaleza labrada por fuego antiguo. En definitiva esto de conocer la balanza que pesa dentro de uno mismo es trabajoso. Pero conocer los propios límites y la ilimitada ignorancia es todo un desafío. El reto de saberse ignorante, aún diezmando esa condición cada día, es una de las tareas más difíciles. Hay menesteres factibles de ser aprendidos y aprehendidos, pero el tiempo es finito para cada uno de nosotros: guerreros anónimos de ideales perdidos. Sin embargo, ella a fuerza de soñar siguió pensando que algún día la mandarían a llamar para reconocer en sus zapatos ese antiguo aforismo.

Acerca de la autora: Ana Caliyuri

El Gol de los Tiempos - Héctor García


De todas las barbaridades que se han dicho sobre el fútbol, Alexei Semionov, pensador ruso y jugador de principios del siglo XX, planteó algunas de las más curiosas acerca de la razón de ser de este deporte tan festejado por niños y adultos. En uno de sus más olvidables ensayos, gestado presumiblemente durante su breve y funesta campaña como líbero del Dínamo de Moscú, afirmaba haber llegado a la conclusión de que "Dios ha colocado sobre las frágiles espaldas de los hombres la solemne responsabilidad de mantener el equilibrio del Universo entero sosteniendo cierto número de encuentros futbolísticos hasta el Día del Juicio. Y los hombres, ignorando este asunto, debemos limitarnos a divertirnos (o ganar dinero, según corresponda) jugando. Así, hemos de saber que todos los partidos habidos hasta el día de la fecha han resultado como resultaron porque, de haber resultado de otra forma, probablemente hoy no estaríamos contando el cuento.
"Entendamos que lo que hay aquí de fondo es, básicamente, un paralelismo entre balones de fútbol y partículas subatómicas. Cada partícula tiene su propósito sagrado en la Naturaleza, y lo mismo ocurre con las pelotas de fútbol. Así como los electrones orbitan alrededor de los núcleos atómicos gracias a la extraña confabulación de leyes en extremo complejas, las pelotas en los estadios siguen trayectorias de difícil predicción debido a la presencia y las acciones, siempre causales aunque a veces se las crea azarosas, de aquellos que ofician como jugadores.
"Vamos a detenernos un poco en este punto. Imaginemos por un instante que, en un determinado momento y en un determinado lugar del Universo, uno solo de los trillones de trillones de electrones que han de existir recorre un camino que no está destinado a recorrer. Las consecuencias serían, como mínimo, catastróficas. La realidad se vería obligada a adaptarse a este evento de tal manera que todo cambiaría abruptamente: la duración de los días en Yakutsk, la aceleración de la gravedad en Toulouse, el punto de ebullición del agua en Realicó, el período de gestación de los elefantes africanos, los procesos sinápticos de la mosca de la fruta, la química a base del carbono y tantas otras cosas dejarían de ser lo que hoy son por causa de esta modificación no prevista. Tengamos en claro que, en algunos casos, es posible que ningún tipo de vida resulte compatible con hechos de esta clase, lo que daría como consecuencia un Universo triste y carente de testigos.
"Algo similar ocurre con la pelota de fútbol. Este proyectil de cuero exalta y conmueve a las masas no solo por la pasión que despierta el juego en sí, sino además y principalmente porque la gente, aunque inconsciente de ello, intuye que hay algo especial y determinante en sus movimientos hipnóticos y en sus rebotes inesperados. Una finta que no debió ser o un tiro libre ejecutado fuera de ese guión definido por reglas que no comprendemos porque ni siquiera imaginamos que están allí, y todo se acaba. Todo.
"Pero dejemos un poco de lado estos razonamientos trágicos y pensemos que, así como nuestro electrón no irá de excursión porque sí a las Montañas Rocallosas en lugar de quedarse tranquilo junto a su núcleo de carga positiva, la pelota de fútbol no entrará en el arco si no es ese su destino, y las cosas seguirán siendo como siempre las conocimos. Una consecuencia llamativa de esto es que absolutamente todo lo que vemos en un partido, incluso sucesos tan nefastos como una expulsión o un penal mal cobrados, tienen su razón de ser y, de hecho, es preferible que así sean si deseamos continuar con nuestras vidas cotidianas.
"Advirtamos, además, que esta visión del fútbol explicaría por qué sus protagonistas son considerados con frecuencia titanes de la Humanidad, mientras que otros miembros de la sociedad que, en principio, merecerían con creces gozar de dicho título, logran alcanzar un grado de notoriedad más bien exiguo. Nuevamente, esta idolatría es puramente intuitiva: el hombre promedio no adivina ni por asomo que venera al futbolista ni más ni menos que por su rol de guardián de la realidad de la que forma parte."
Al margen de lo que podamos decir acerca de los conocimientos científicos y religiosos de este filósofo de potrero, los pocos que se han interesado en su vida concuerdan en que sus teorías son cuanto menos llamativas. Por un lado, otorga a acontecimientos como el Maracanazo un sentido muchísimo más profundo del que suponemos que tienen, y por otro no duda en aceptar ciegamente los arbitrajes decadentes como ladrillos imprescindibles de la realidad que percibimos. En el ocaso de sus días, completamente pobre, solo y víctima de delirios místicos, mantenía incansablemente que el Mesías "volverá como jugador de fútbol y será el único capaz de violar los libretos divinos preestablecidos, al convertir un gol tan magníficamente glorioso que todos comprenderán al instante que el Apocalipsis habrá comenzado."
Una aguda enfermedad del corazón envió a Semionov derecho a la tumba siendo relativamente joven, y dejando a sus escasos seguidores la ardua tarea de hallar, entre todos los habilidosos del balompié que nos entrega esporádicamente la Historia, a Aquel que señale el Fin de los Días. Hoy, varios años después de su muerte, algunos de sus discípulos esperan con impaciencia la inminente venida del Rey de Reyes y su Gol de los Tiempos, mientras que otros opinan que el Elegido ya llegó, anotó y nos condenó sin que nos percatáramos de ello. Un tercer grupo, cada vez más numeroso, ha dado a luz la novedosa idea de que existen, en verdad, no uno sino varios Mesías capaces de cambiar el curso de nuestras vidas sin más herramientas que sus gambetas ineludibles y sus jugadas maravillosas. Sea cual fuere el caso, queda claro que el fútbol seguirá emocionándonos hasta el delirio por los siglos de los siglos.

Acerca del autor:  Héctor García

jueves, 18 de septiembre de 2014

La manicurista - Jaime Arturo Martínez






Un corazón es tal vez algo sucio.
Pertenece a las tablas de la anatomía
 y al mostrador del carnicero.
Yo prefiero tu cuerpo.
Margarite Yourcenar

Ayer cumplí cuarenta años. Antes de dirigirme al trabajo, me senté frente a la playa y me vi como cuando era niña. Quería ser bacterióloga como la señora vecina y amiga de mamá. También quise ser cantante. Mejor dicho, quise ser muchas cosas…Desde los diecisiete años me desempeño como manicurista y hoy trabajo para los huéspedes de un hotel de lujo que está frente al malecón. Vivo con mi madre, que se ocupa de la casa. Ella empieza a preocuparme, porque ahora lo olvida todo y anda desgreñada. Ella antes no era así. No conocí a mi padre y mamá nunca lo menciona. Cuando niña le inquiría por él y siempre me respondía lo mismo: que debía de estar en el infierno.
Me gusta mi trabajo. Allí, conozco gente nueva todos los días. Mientras les presto mis servicios, les escucho sus historias o les hablo de la ciudad. Disfruto este ambiente, limpio, adornado y elegante.
Me gustan los hombres. Son la razón de mi vida, tanto como lo es mamá. No prefiero un tipo especial. Me impresionan los alemanes y los gringos por sus cuerpos enormes y sus cabellos rubios, como también el talante de los italianos, los franceses y los argentinos, que se hospedan aquí. A cientos de ellos me los he llevado a la cama. Los elijo entre los clientes más hermosos. Los elijo por sus manos nervudas, fuertes y grandes. Mientras les arreglo las uñas, percibo el olor de sus cuerpos, el brillo de sus ojos, los dejos de sus voces y entonces, llegado el momento de la elección, toco sus pies con mis pies, levanto un poco mi falda y entreabro mis piernas. Me emociona ver su turbación y el temblor de sus labios.

Cuando concluye mi labor los llevo hasta mi casa, a mi cuarto, allí les inundo de besos el rostro, los desvisto, lamo sus mieles y me rindo plena a sus armas desenfundadas. Ya satisfecha les doy un sitio en la memoria y me duermo feliz.


Acerca del autor:  Jaime Arturo Martínez

La cuerda – Ana Caliyuri


Recosté la cabeza sobre la almohada. Me cuesta conciliar el sueño sobre ese matete de gomaespuma. Mañana iré de compras, necesito un almohadón de plumas. Deseo volar con la imaginación, pero estoy presa de una mirada. No puedo decirle a nadie que me siento observada: en apariencia vivo sola. Mis vecinos suelen escucharme gritar por las noches, es más, alguna vez he revoleado por la ventana a ese ridículo muñeco vestido de payaso. Por las mañanas me levanto temprano para ir en su busca. Él, está despatarrado en la vereda. Los pelos arremolinados de todos colores me causan gracia y a su vez ternura. Jamás develaré aquello que me dijo una loca gitana; no sé si creerle o no, pero por las dudas no me deshago del muñecote. Cada cual tiene su meta y también su mitad. Hace tiempo que huí del escaparate. Soy algo más que un clon que sabe hechizar. Confieso que a él lo conocí durante el traslado. Cruzamos algunas miradas pero fuimos a parar a tiendas diferentes. No pierdo las esperanzas: aunque se le rompió la cuerda tal vez camine hacia mí…

Sobre la autora:  Ana Caliyuri

sábado, 13 de septiembre de 2014

La brújula herida - Daniel Frini


De haber sabido que esa era la última vez que la veía, hubiese guardado el enojo y le hubiese dicho cuánto la amaba. Ella hubiera sonreído y soltado la manija de la puerta. Pero no. Ella salió del bar y dobló a la derecha. 
Durante los treinta y ocho años siguientes, hasta su muerte, lo persiguió la imagen de un mechón de cabello movido por el viento; que fue rubio, al principio, y que, sobre el final de su vida, era casi como un trazo de caligrafía china. 
Un año después del episodio del bar, lo buscaron para un trabajo, con la promesa de un diez por ciento, y le dieron una Smith & Wesson. Su inexperiencia le costó un guardia, un policía y veintidós años en prisión. En alguna pelea, perdió la vision del ojo derecho y la movilidad de la pierna izquierda. Cuando salió, viajó al sur, a trabajar como peón en una estancia, cerca de Coronel Gregores. 
La lloró una y mil noches. Algunas veces la amaba; las más, la odiaba. Nunca más supo de ella. 
Murió un anochecer, entrando al invierno.

Acerca del autor: Daniel Frini

Historia de Cecilia - Marco Tulio Cicerón




He oído a Lucio Flaco, sumo sacerdote de Marte, referir la historia siguiente: Cecilia, hija de Metelo, quería casar a la hija de su hermana y, según la antigua costumbre, fue a una capilla para recibir un presagio. La doncella estaba de pie y Cecilia sentada y pasó un largo rato sin que se oyera una sola palabra. La sobrina se cansó y le dijo a Cecilia:
-Déjame sentarme un momento.
-Claro que sí, querida -dijo Cecilia-; te dejo mi lugar.

Estas palabras eran el presagio, porque Cecilia murió en breve y la sobrina se casó con el viudo.

Acerca del autor:  Marco Tulio Cicerón

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Naufragio etéreo - Ana Caliyuri


En mi memoria desdibujada aparece una frase de Constancio C. Vigil “Hay una especie de avaricia honrosa, y es la de las palabras.”
Es imposible poseer todas las palabras, mas si así fuese, siempre las entregaría perfumadas con la fragancia que devela mi alma.
¿Desnudarnos? No es necesario, pues nunca me he vestido con ellas. Ellas llegan desnudas a mí, y así como han nacido, en el más puro manantial primigenio, así las amo. Siento que es un acto de amor entregarlas desmesuradamente.
Pues bien, a mi manera… déjate llevar por la cristalina luz que lentamente corroe la impureza, quédate a merced del tifón del preciado tesoro que goza con su entrega.
Así de simple gorjea el alma con la ribera de las constelaciones de la imperfecta lengua, esa lengua que socava con su lava los misteriosos resuellos de un perfecto ensueño.
Mas. quizá es bueno saber, que una ventana abierta jamás devela el universo, hay que ir más lejos…
Me sumerjo en las profundas aguas de los misterios. Desentrañar cada uno de ellos es el goteo necesario para rozar la mar y su eterno movimiento.
Todos somos en sí mismos un Merlín por descifrar o si prefieres trata de ver en mí la bravura de la mar y el remanso de las arenas, o compárame delirantemente con las espumas de las cuales nació Afrodita, o tan sólo simplemente piérdele el respeto a tus viejos ojos, ya casi ciegos, y envuélvete en las pupilas de un soplo intenso. Voluptuosa es la sensación cuando un chasquido de luna se apodera del deseo hasta colapsar con el reflejo de dos frente a un mismo cielo. Sin embargo ,el amor nace del absurdo, del vendaval azul inesperado que nos reconvierte. Luego somos orfebres del Apocalipsis del cuerpo, algo así como morir en suspenso para renacer etéreos. La diferencia entre un juego y el magno sentimiento,es que en el juego el amor se adjetiva y en el magno sentimiento cobran vida los verbos. Derramar , azuzar, inspirar, expirar, paladear, sustentar, bramar, enervar, agonizar, acariciar, arrullar y tantísimos más para que el corazón con su río de fuego cruce todos los límites del cuerpo.

Sobre la autora: Ana Caliyuri

Sobre la clonación. Un encuentro con Fansi Carlon — Cristian Cano


—¿Cómo hacemos para terminar con esto? —dijo Fansi Carlon— Siempre venís y te hacés el que está todo bien. No está todo bien. Todo lo contrario
—Confío en que los lectores van a participar de su verdad. Está expuesto, pero a pesar de su postura, la gente va a saber entenderle. De ahí a que apoyen semejante locura, es otra cosa.
—No me cambies de tema —dijo el científico—. Soy lo que soy y si no tenés los huevos para darte cuenta que intento terminar lo que se debe, no me recrimines. Insisto en eso. ¿Por qué nos seguimos encontrando en este bar andrajoso?
—Intento saber por qué está en contra de la humanidad —le dije—. Todavía creo que podemos llegar a un acuerdo. Estoy dispuesto a volver con usted. A ayudarlo en el instituto.
—No me vengas con idioteces. Nadie va a confiar en tu palabra. No tengo nada que decirte al respecto. ¿Para qué me hiciste venir? Mi tiempo vale oro.
—Retráctese, doctor —le dije, y el hombre detrás de la barra se mostró impaciente. Después me di cuenta de algo fundamental. Los empleados eran otros. Fansi Carlon estaba recobrando sus influencias. Una situación que muchos deberían saber—. Puede que todos hayan olvidado lo que pasó en el instituto, pero eso no lo desliga de su compromiso. Aparte, me debe unos cuántos años de vida. Eso no tiene valor.
—Escuchame —dijo corriendo su café hasta el centro de la mesa—. La próxima vez que me quieras ver, es muy posible que no esté disponible —se levantó de la mesa—. Estoy cansado de ver cómo los escritores de mala muerte te manipulan en mi contra. Tengo cosas más importantes que hacer.

Sobre lel autor: Cristian Cano

jueves, 4 de septiembre de 2014

Trágico - Paula Duncan


Sube al tren, se sienta y con los ojos cerrados piensa, ¿me estará esperando?
Una vez a la semana; ella se escapa: de la rutina, de su casa, del trabajo, y marcha a verlo, no importa la distancia, en el viaje sueña, con sus besos, con su piel y su mirada, porque cuando se cruzan sus ojos; miles de estrellas estallan, verde esmeralda la suya, la de él, de noche clara, siempre encendida, sus ojos son dos brasas que desatan los deseos, cuando sus brazos entrelazan, y comienzan a besarse …, por la ventanilla, ve como la tarde pasa, sabe que antes del amanecer, el sueño se acabara, y cual cenicienta deberá volver a su casa, con el aroma de él, aun pegado a su espalda y deberá parecer que nunca a pasado nada, poco habla, poco dice, esquiva la mirada, hay que trabajar; y en eso esta concentrada, pero en su interior hay recuerdos apilados, esos que nos da el amor después de haberlo dejado y su corazón se escapa, y corre por los tejados, y en un golpe de brisa, vuelve a estar a su lado, y así tan distraída la calle va cruzando.
¡Detente! Gritan a voces los que caminando marchan, piensa un momento, y mira sin ver para los dos lados. ¡No cruces!, pero ella con él esta hablando, y no escucha los frenos, ni sabrá lo que la ha golpeado, sólo sabe que por fin, no deberá marcharse jamás de su lado...

Sobre la autora:  Paula Duncan