domingo, 8 de junio de 2014

Sobre la realidad de cualquier destino - Andrés Terzaghi


Caminaba por un espeso bosque de eucaliptos. Aromáticas hojas esparcidas en el suelo perfumaban la tarde. El sol era esa cosa que se fragmentaba, a través de las copas, en incontables lanzas de luz atravesando la mágica atmósfera frondosa.
Una lechuza cruzando de rama en rama, como si me vigilara el rigor de un filósofo, yo no quise desprotegerme, estaba aturdido, paseaba para separar la parte extenuada de mi conciencia de aquella otra que merecía la promesa de vivir. El colchón de hojas crujía bajo mis pisadas.
Todo esto imaginé mientras caminaba por encima de la montaña de residuos, el basural olía mal, crujía groseramente bajo mis pies, el espeso follaje eucalíptico no era otra cosa que densas emanaciones, oscuros nimbos tóxicos que se mantenían suspendidos a unos metros del suelo, inmóviles. Toda una espesura hedionda, heterogénea, biodiversidad de mutantes que inspiraban poesías en reproche a la humanidad, ¿qué le ha hecho al mundo este animal humano que sus poesías, sus salubres espacios, el colorido y legítimo paisaje ha desaparecido con todo su lirismo? ¿Qué ha hecho el amor de la humanidad que no pudo contemplar el otro amor, el de la Totalidad? Ya no hay lagos y cisnes sino charcas donde flotan las heces, un puñado de cultivos mutantes, el cielo reflejo petróleo, un hastío de poder que fue desprogresando hasta perderse, despojado de soberbias, solitario centrismo que ha extraviado su antropo.
El trozo de nailon que remedaba a la lechuza, lo empujaba inerte los gases pútridos, ninguna rama frondosa, muertas vigas de aquellos edificios destruidos, una colmena que fue ciudad, un enjambre humano que bastaba la superficie del planeta y lo atestaba de carne enferma y desechos.
Calamares con serpientes por tentáculos, flores arácnidas venenosas, simiescos perros desleales, abruptos pájaros felinos que con sus garras y fauces acosan a los transeúntes cuasihumanos. Me avergüenza pertenecer a la especie, ocurre que no tengo alternativa, soy de lo que quedó, mutante prodigioso que se vale de la inteligencia, cosa que mis congéneres no tienen la menor idea, tantos estragos ha cometido la inteligencia a favor del amor egocéntrico.
Nací con esa discapacidad. Sufro de inteligencia y eso impide que me pueda adaptar a este mundo. Sobreviven hoy aquellos cuasihumanos que, actuado sin razón más que el instinto, no advierten nada existencial como para sentir el peso de la historia sobre sus hombros, porque no tenemos hombros, somos mamíferos invertebrados, la asquerosidad de nuestros cuerpos nos excita, el erotismo muta cuando se transforma la estética y con ésta la ética permite partirle el dorso a cualquier individuo, ya sea por una hembra, por una presa, o instintiva distracción. Y me duele ver tal crueldad inconciente, brutalidad que solo yo puedo llamar así, porque ellos solo actúan según necesidades primarias, sin otro juicio más que el apetito.
El exceso de vida humana nos redujo a la inhumanidad.  Ahora nuestra población es insignificante. Estoy convencido que pronto desapareceremos como especie y no puedo hacer nada para impedirlo. Nada.
Todo esto imaginé mientras caminaba entre los enormes y vetustos eucaliptos. La lechuza había atrapado al ratón, el sol caía presuroso. Comenzó a refrescar. Volví a casa, estaba esperándome mi desleal perro simiesco. Nunca tuve imaginación para hacerme siquiera una vaga idea de lo que sería vivir sin esos instintos que lo arrastran a uno por los sinuosos caminos del destino. Mi inteligencia y amor no son todavía tan humanos.

Acerca del autor:  Andrés Terzaghi  

No hay comentarios.: