sábado, 7 de diciembre de 2013

Los modelos del desorden – Héctor Ranea


De la lámpara colgaba un resto de telaraña que daba profundidad a lo que su madre calificó como desorden en su vida.
La música que escuchaba nadie podría calificarla de tal. Se sumía en la meditación de un par de goteras añejas, derramando su líquido oxidado sobre las botellas de vidrio que acumulaba en su taller, decoloradas de tanta erosión. Eso y los libros de arte, desparramados en el piso como almejas a media digestión. Los libros respiraban un aire drogado de caos que no se comparaba con el conjunto de cuadros que tenía tirados en cada rincón al que no llegaba el agua.
Y afuera, como siempre, llovía. Y su madre, como siempre, había muerto. Y el acuciante grito interior para hacer algo seguía acallado por un extraño pañuelo, un lienzo sucio, una transparencia en el vestido de sus modelos, de modo que sus pinturas eran trazos negros sobre pálidas lonetas color helado de crema.
Como siempre, las modelos cobraban, echaban una mirada a lo que él llamaba cuadros y se iban sonriendo, pagadas por dos horas habiendo estado apenas diez minutos. El desorden, claro, llegaba al paso del tiempo.
En cambio, la que él llamaba Azúcar se quedó más tiempo mirando el cuadro para el que supuestamente había posado. Sin hacer ruido, señalándose con el dedo para no perder el curso, ella fue mostrando en orden los puntos, los trazos cortos, las pinceladas y uno por uno fue formando perfiles, fantasmas en la tela, seres aéreos si no aire. No dijo más nada y se fue.
Él memorizó el movimiento de su mano, trazó lo que ella dejó sólo en el aire. Quitó el aire que separaba su visión del cuadro y, acelerando el bosquejo, pasó a las marcas del fondo, luego a las siluetas de esas volutas y arabescos.
A la noche seguía pegado al marco y a la tela, arrancando de los libros las hojas para armar lo que para Azúcar fue la maqueta de una posibilidad escondida en los trazos sin ánimos. Y la madrugada lo encontró acariciando un cuadro lleno de furia, de tonos y de metáforas y de lágrimas que manchaban las botellas desparramadas.
El artista salió a buscar a Azúcar, pero ya todos habían olvidado quién era. Todo el día la buscó y no pudo encontrarla. Volvió al taller y comenzó otro cuadro donde otros modelos sólo habían visto líneas interrumpidas por la desidia y recordó los movimientos de la mano de Azúcar para reconstruir el manto que arma las figuras.
Desorden. Sigue el desorden, las botellas vacías, el libro, los libros. Desorden y urgencia.



El autor: Héctor Ranea

2 comentarios:

Cristian Cano dijo...

Héctor. Cuando pienso en literatura no puedo dejar de lado la idea principal que siempre propongo: leer a alguien en un poco meterse en las cosas ajenas ¿una intrusión a lo privado. Mágicas tus palabras se metieron en mi vida, en mis cosas, en mi desorden.

Ogui dijo...

Es que en cierto modo, escribir también es evocar lo que uno no puede evitar ser. A veces es más explícito o resulta más accesible a otros. ¡Gracias por seguir leyendo!