martes, 31 de diciembre de 2013

Los 5 extraños de Tanguy – Jesús Ademir Morales Rojas


Tras la hecatombe final, la realidad entera se había transmutado. Las descargas ingentes de energía de las bombas devastadoras, habían transformado el mundo en un caos en revulsión permanente: lo material fijo había dado paso a un devenir enfermizo. Por entre el desierto murmurador, bajo un cielo colmado de estructuras geométricas colosales, que producían susurrantes sonidos cristalinos al rozarse, un grupo de seres se arrastraba penosamente a través de la atmósfera gelatinosa y del terreno dúctil forrado de piel humana. Eran cinco seres de anatomías demenciales. Y con ellos venía Dante.

Pronto arribaron a la ciudad de Tanguy: grupo de ruinas en estructura laberíntica, que se enroscaba hasta el cielo como si fuese un gusano ciego acéfalo, intentando capturar a Dios. Los peregrinos se internaron en la ciudadela abandonada, paulatinamente fueron ascendiendo por una monumental escalera de caracol, en donde pequeñas babosas de rostro humano que se comunicaban con sonrisas, habían construido pequeñas aldeas con desechos orgánicos. Los cinco extraños contemplaron en su lento andar ascendente los muros colmados de extraordinarios graffiti púrpura, elaborados por hongos inteligentes que se hablaban a sí mismos, en caligrafías luminosas. Luego de mucho andar, arribaron por fin a la cima, y pudieron contemplar en la lejanía los grotescos rostros de los ángeles derrumbados que conformaban torcidos horizontes. Allí, en la cima de la Torre ciudadela de Tanguy, los cinco extraños se sentaron en círculo y comenzaron a relatar la historia del Ser, en un coloquio de susurros sibilantes y gesticulaciones, bajo el cielo colmado de geometrías flotantes y melódicas. Dante escuchó la perspectiva del mundo de cada uno de esos seres, que en sí, contenían Todo lo que había ya en la Tierra destruida.

Exóticos relatos de países increíbles, sumergidos en ácido, que volvían a la vida cada cierto número de eones, al emerger durante algunas horas solamente, para permitir a sus habitantes desollados contemplar y disfrutar, de la voz de cristal de los vigilantes geométricos del cielo, rozándose en su concierto eterno. También Dante supo acerca de misteriosas abadías de monjas mutiladas que se cubrían con pieles de tapir y se desplazaban en carritos de supermercado arrastrados por hombres sin cabeza que eran controlados a través de las estimulaciones provocadas por insectos fosforescentes. Finalmente supo Dante de la existencia de la ciudad de Mictlán, en donde sus únicos habitantes con vida eran una pareja de gemelos indígenas desnudos, que se leían la fortuna a través de la ingestión de parásitos expurgados de sus propios cuerpos, mientras le rezaban sordamente a un agujero del techo de su choza. Cuando todos relataron sus experiencias, se quedaron mirando a Dante, como esperando algo. Dante sonrió.

Entonces los cuatro asombrosos seres se incorporaron y comenzaron a danzar alrededor de él, sujetándose de sus extremidades deformes, como en una loca danza ritual. Excitado por el frenesí de los giros de los grotescos seres, Dante sacó de sus harapos la varilla que utilizaba como arma y comenzó a atacar sin tregua a los danzantes. Uno a uno fueron cayendo abatidos bajo la violencia salvaje de los impactos, hasta que sólo quedó en pie Dante, sobre un charco de inmundicias y de gemas. En ese momento, Dante comenzó a recitar su poema, a la vez que acumulaba los restos de aquellos seres en la forma de un capullo largo y grumoso. Poco a poco y en voz muy queda, como si recitara arcanas fórmulas creadoras de infinitos, Dante rememoró en sus versos como había partido hacía las regiones del Cielo para combatir a Dios mismo, auxiliado por el Demonio Virgilius y como había logrado derrotar a los ángeles del Señor perforando sus cabezas de cíclope con su varilla mortal. A continuación rememoró como asesinó a Dios asfixiándolo con la cabeza decapitada de Virgilius, que había acompañado a Dante en su lucha para sacrificarse, ex profeso, para ello. Luego La Caída, la última guerra, el limbo fundido con el averno y el cielo, y la aparición de las cantarinas estructuras geométricas en el firmamento gelatinoso. Dante, terminó su narración al expresar de qué modo había ido encontrando a sus cuatro compañeros a lo largo de su peregrinación, hacía la torre ciudadela de Tanguy, de acuerdo a los vaticinios de los gemelos primordiales de la Ciudad de los Muertos. Cuando Dante terminó su poema, los despojos de los cuatro extraños formaban un huevo membranoso e iridiscente, bajo la luz de los tres soles (que eran solamente el recuerdo olvidado e indeciso de uno sólo, que hacía mucho tiempo se había colapsado). Dante se sentó y espero durante años, meditando y repitiendo el tiempo, hasta que un día el huevo se estremeció, las cubiertas dérmicas verdosas se rasgaron, y una silueta delgada comenzó a incorporarse de entre los residuos nauseabundos. Una mujer azul y calva con un solo ojo, con una enorme boca llena hileras de colmillos de cristal, lo miró fijamente, entre las burbujas adormecidas del ambiente denso.
Dante le tendió la mano:
—Beatriz— Musitó estremecido.
Ella se acercó a Dante ansiosa. La mujer boca comenzó a devorarle el rostro. Cuando no quedó nada del poeta, Beatriz miró hacia el cielo y comenzó a chillar tan fuerte que todo el Universo comenzó a contraerse, las figuras del ser crearon espirales de vida y devenir, cada vez más increíbles, hasta que la ciudadela de Tanguy se hundió por completo bajo tierra.

Hoy cuelga desde el firmamento oscuro, como una espina torturante olvidada, y puedo ver allí, el azul rostro feroz de Beatriz que me llama rugiendo, sonriente.

Yo danzo con mis cuatro compañeros en círculo, presto a ofrendarme por el próximo peregrino enamorado que espera en el centro. No me aflijo. Sé que llegará pronto mi turno de nuevo. El Infierno son los otros que nunca fui, y el Cielo el triste recuerdo de lo que nunca debió ser. No me aflijo. Ella sabe esperar.

Sobre el autor: Jesús Ademir Morales Rojas

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