domingo, 3 de noviembre de 2013

Un montículo de hojas secas - Paula Duncan



Finalmente había decidido baldear la vereda; desde su silla frente a la computadora veía el enorme cúmulo de hojas ramas y demás cosas que los últimos días; más de diez la fuerte sudestada había ido amontonando, no siempre fueron días ventosos pero cuando el viento se calmaba, ella también y decidía dormir una siesta pero ya no veía la calle, el patio del frente también estaba en un estado deplorable, pero ese podía esperar, comenzaría por la vereda, varias vecinas ya le habían llamado la atención sin mucho resultado; pensó “primero me tomo unos mates”.

Comenzó juntando las herramientas necesarias; la escoba, una pala lo bastante fuerte; la chiquita de la cocina no servía; unas bolsas de residuos grandes esas de color negro que tanta impresión le causaban y un balde, hace tiempo que no utilizaba la manguera para baldear por no desperdiciar agua, en respeto a las normas básicas de cuidar el planeta, le puso los auriculares al teléfono móvil sintonizó su radio favorita, esa que solo pasen linda música en castellano , paso delante de su escritorio diciéndole a la obra inmortal que estaba escribiendo que volvería pronto y marchó a la vereda.

El sol de la mañana se reflejó en los cristales de sus anteojos era un día agradable, inició el trabajo llenando a mano la primer bolsa con las hojas sueltas, cuando estaba un poco desarmado el montículo apareció desperezándose el gato barcino que una vecina malhumorada hacía días no paraba de llamar, también encontró un sombrero de ala ancha con una cinta color lavanda al que había dado por perdido y se quedó un rato mirándolo, es eso escucha chist!, chist!, disculpe señora me daría una manito para salir? asombrada al ver al extraño hombre le dice ¿que hace usted ahí?, perdón le dijo soy uno de los personajes que hace dos noches usted desecho de su escrito, cuando salí tropecé caí y nunca más pude salir; lo ayudó y él se fue sacudiendo el polvo de su extraña vestimenta y refunfuñando por lo bajo.

Esto no puede ser pensó; parecía que el montículo tenía vida propia y ella preocupándose en buscar una idea original para escribir, eso no era justo, se sintió desfallecer y se dio cuenta que no había desayunado; dejo todo como estaba y entró por una rodaja de pan con manteca y dulce, seguro el mate estaría todavía tibio. antes de regresar a su indeseada tarea sintió que perdía la paciencia, estaba dedicando demasiado tiempo a algo completamente sin importancia.

En el camino de vuelta a la vereda descolgó la manguera que hacía tanto tiempo no usaba le colocó un dispositivo que hacía salir el agua con mucha presión y salió decidida a ponerle fin al engorroso trabajo olvidándose de la ecología y el cuidado del agua; decididamente estaba fuera de si, conecto la manguera y con gran satisfacción vio desaparecer hasta la última hoja seca, barrió y junto todo en las bolsa que acomodo en la calle para que se las lleve el recolector.

Volvió a su trabajo pensando en todo lo que habían tapado las hojas y el viento, miro el patio y sonrió si bien no estaba limpio nadie podía esconderse ahí, de pronto recordó; y fue al patio trasero al que hacía más de un mes no iba, abrió la puerta y... encontró personajes para al menos tres novelas cortas.

Acerca de la autora:  Paula Duncan

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