Cuando vi a la Muerte sentada en un banco del parque, torcí por un sendero para evitar saludarla, por si las moscas... Sin embargo, el rojo apagado de sus ojos movió a que me acercara.
—No es habitual encontrarla por aquí
—farfullé.
—Es que se ve tan linda la noche…
pero debo seguir con los encargos.
—Espero que no sean de por acá
cerca.
—¡Qué va! Tengo pedidos hasta del
otro lado del mundo. Tanto los de Arriba como los de Abajo me agobian
con su escalada armamentista.
—¡¿Cómo es eso?!
—Los de Arriba y los de Abajo.
Celestes y Rojos. Miden fuerzas para probar quién domina el Más
Allá.
Mi boca abierta y muda la invitó a
continuar.
—Desde el inicio, las cosas
estuvieron parejas. Se moría uno bueno, luego uno malo y así. En
las catástrofes había de todo. Los poderes estaban balanceados.
Ahora es una competencia feroz. Los bandos se acusan de haberla
iniciado y expanden sus ejércitos. Si los de Abajo consiguen un
nuevo príncipe, los de Arriba contestan con dos arcángeles. Si los
Celestes buscan infantería con un terremoto, enseguida los otros
acumulan adeptos con una guerra. Y yo soy la que va y viene con los
encargos. Me tienen harta los celestismos, los infiernismos y todos
esos ismos.
«Pobre, qué trabajo».
—¿Fuma? —pregunté ofreciéndole
un cigarrillo, para conversar un poco más.
1 comentario:
Genial la última frase. Parece quitar trascendencia al resto del texto con una nota de humor negro.
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