sábado, 17 de agosto de 2013

La vida fiámbrica - Cristian Cano



Encontraron a Rodríguez caminando por la ruta nacional 66. Se hallaba ausente. Todavía sigue ausente y dicen que está desquiciado.
Su señora visitaba asiduamente su trabajo porque aprovechaba, decía, para dejarle la vianda para el mediodía. Siempre le llevaba ensaladas: ¡me queda de paso! Respondía, cuando en realidad otros eran los motivos de sus insistencias. Tenía miedo.
El frigorífico FAENA fue el único empleo que Rodríguez tuvo y, con esfuerzo, lograban solventar todos los gastos y hacerse alguna que otra escapada eventual en las vacaciones. En todo momento supo estar extenuado, pero hacía caso omiso y metía horas y horas extra. Era una persona que se encontraba en contacto continuo con las vísceras y sangre caliente de las filas interminables de animales. Los mataba con un cuchillo grande. A veces, usaba un martillo.
En una noche Rodríguez se despertó muy asustado. Silvia gritó de miedo y prendió la luz. De repente se encontró rebasada por la elocuencia enfática en el hilar de su esposo. Desorientada, vio a su pareja en la cama explicar, con ojos inflados y el cuello marcado, cómo creía estar convirtiéndose en un trozo de carne: que al momento de ingresar a su trabajo el mismo color harinoso en las paredes lograba irrumpir en su ánimo. ¡Treinta años contemplando la mirada de esas vacas! Dijo llorando. ¡Y recuerdo sólo la última! ¡Las otras miradas funden en calor y termino por olvidarlas! Silvia, mi adentro se diluye, le aseguró. Estoy vaciando. Medra el sin sentido.
Silvia lloró durante varias horas cuando Rodríguez, exhausto, sucumbió en su regazo.


Acerca del autor:  Cristian Cano

2 comentarios:

Nélida Magdalena Gonzalez de Tapia dijo...

¡Qué feo el trabajo del protagonista!
Pensar que en verdad hay gente que debe hacerlo.
Saludos.

Cristian Cano dijo...

No logro imaginarlo.