viernes, 21 de junio de 2013

Quidunguen / Soledad - Hernán Gonzalo Pérez Guzmán


Me cogieron de guacho, sobre la zanja de Alsina, a consecuencia de un malón comandado por Juan José Catriel.
El "tata" yacía desgraciado en el suelo, lanceado y pisoteado por las vacas cimarrones, no exhibía tristeza su cuerpo inerte, el desarraigo debió haber sido una moneda corriente en su vida y finalmente perderla… tal vez una liberación. A la "mama", la llevaron cautiva…tal vez una liberación. Pero mi llanto de niño paria no discriminaba penas y para esos gringos que me miraban, sólo componía el cuadro.
Parecieron apiadarse de mí, ese pobre guacho despechado. Eran dos colonos noveles y prestigiosos, que los negocios habían juntado en las cercanías de Bahía Blanca. Brannock Evans procedente de la colonia galesa de Gaiman y el estadounidense George Newbery, recientemente llegado a este país impiadoso para dedicarse a la ganadería. Para el viejo Brannock, la piedad sólo llegaba hasta entregarme a alguna matrona de las que merodeaba el fortín, eufemismo que definía a las prostitutas del cuartel, así podría crecer junto a los de mi “condición”, el joven George creo, lo pensó diferente, como una forma de vincularse con esta tierra.
George, quien finalmente se convertiría en mi padre putativo, era de un carácter bondadoso, ingenuo y poco práctico, aunque aventurero y decidido. Junto a él emprendí el viaje a “Travül” que en mapudungun, idioma de la etnia mapuche, significa junta o unión, haciendo referencia a la junta de los ríos Traful y Limay ( y tal vez, al destino que me había ligado a él).
Allí conocí a su esposa Fany Taylor, mujer de armas tomar, me enseñó a carnear y rastrear animales, hacer jabón, velas y manejar un Winchester como ella lo hacía de niña en su Ohio natal, pero también los rudimentos de las letras y los números. Sin olvidar mi facilidad y avidez de incorporar y afianzar idiomas, inglés, español y mapudungun.
Finalmente lograron escolarizarme, aunque me incomodaba lo distinto que era de la cepa criolla, mi raíz. A la edad en qué me embarqué a Inglaterra para terminar mis estudios, el mayor logro de mi padre debió haber sido su “Tepe”, (rancho). Yo sólo había estado en el lugar equivocado en el momento oportuno y había trocado la desgracia en prosperidad…
Londres cosmopolita, neurálgica, centro obligado de la época, en contraste con su deslumbrante fachada, pude ver con los ojos de criollo que siempre me acompañaron ese contraste de riqueza, erudición y progreso, contra la pobreza, insalubridad y hacinamiento. La exclusión debe ser el precio justo pensé disipadamente, embriagado de superioridad, pronto mi sensibilidad daría correctivo a mi ligereza.
El tiempo que estuve allí me enriqueció porque además de estudiar y recibirme de odontólogo como lo deseaba George, (aunque yo eligiera el London College of Dental Surgery y no el Ohio College of Dental Surgery, de Estados Unidos). Me encontré con lecturas que sentí edificantes y saludables, así leí a Bastiat y su orden jurídico sugerido para una sociedad libre, Spooner, abolicionista y libertario, Thoreau, poeta y activista por la libertad.
Entonces, saturado de racionalidad se quebró en mí aquél en que me había convertido y ya no hubo lugar que me pudiera contener, como si el desarraigo maldito, fuera un amigo entrañable y decidí volver al pago, con la firme convicción de encontrarme nuevamente y salir de este estado peculiar de los sentimientos en que me encontraba.
Fue una sorpresa para George y Fany este reencuentro, para mí también, en cierta forma, al verlos luego de diez años de ausencia y lo que eso implica cuando se desempeñan en el que hacer rural, ellos parecían mellados pero fuertes.
Encontré al llegar muchas novedades, alambrados aquí y allá, escuelas, legislaciones y normativas que en conjunto desdibujaban el carácter sagrado de la naturaleza exuberante e imponente y el ahogo se pronunció elocuente…
Nunca hubo una charla, tampoco una despedida, esa mañana Fany ya había preparado un par de caballos, una tienda de campaña y provisiones como si de sus entrañas me conociera, llamó a George y me vieron partir, en busca del origen, de la raíz, del sentido común. No me sentí paria ni desagradecido… tal vez una liberación.

Acerca del autor:  Hernán Gonzalo Pérez Guzmán

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