viernes, 7 de junio de 2013

Las aletas no son para volar - Héctor Ranea


—¡Buenas tardes, Fesor! ¿Qué tal anda, tanto tiempo?
—¿En términos generales o particulares, Feta?
—Empecemos por lo general y vayamos a lo particular.
—En general ando bien. En particular, también.
—¿Vio que era sencillo? Ahora, sáqueme de mi ignorancia: ¿por qué tiene una aleta?
—Mi aleta. ¿Cree que saldría sin ella?
—¿Pero cómo es que la tiene? ¿Un implante?
—Me extraña Feta. Siempre salgo con mi aleta. ¿Hace cuánto que no me ve desnudo?
—¡Uf! Desde aquel episodio del médico que le pidió un documento de identidad. ¿Recuerda?
—¡Cómo voy a tener un documento así!
—Precisamente por eso, Fesor. Lo metieron preso y desde entonces no nos vemos.
—¡Preso! Me quejaré, por supuesto.
—¿Pero dónde estuvo, hombre?
—¡Qué corto de entendederas, amigo! ¿De dónde saca que soy humano? ¿Acaso esta aleta es de humano?
—¡Pero usted es humano! Yo lo conozco y lo sé. No quiero contrariarlo.
—Vea amigo, no sé por quién me toma, pero yo de Fesor tengo algunos rasgos. Otros son de su mascota.
El nuevo Fesor, de hecho, tiene los últimos adelantos del siglo XXIX. No oye más con las simples dos entradas al cerebro del que gozaron los anteriores hasta el XXIII, ahora tiene cada célula administrando parte de la energía para esos menesteres, igual que para ver, sus dos ojos ancestrales tienen en cada célula un émulo. Notable, Fesor apenas hace alarde de tamaña muestra de tecnología. Por eso calla, para estar más bien ausente o, al menos, si habla es sólo para no mantener en silencio al interlocutor; en este caso, Feta.
—¡Qué lección de anatomía, Fesor! —exclamó Feta poseído de ardor liderático—. Me gustaría que sus dotes telepáticas las usara para enseñarnos a todos tales innovaciones de su cuerpo.
—Es que este formato de discurso no me alcanzaría, Feta. Necesito un libro, una colección. Un Testut, un Pijoan.
—No está en la nube, Fesor.
—¡Por supuesto que no! Sé que estoy en la Tierra, tercer planeta, habitable en condiciones de severa angustia.
—¡Pero cómo? ¿Nadie le contó, Fesor? ¡No estamos en la Tierra! Esto es Serena 4, una playa en las Líridos.
—¿Líridos? ¿Estamos en las Pléyades o qué?
—Algo así, aunque no tan esdrújulos. ¿Por qué lo pregunta?
—Tenía que estar en la Tierra. El autor se equivocó pero mal. Voy a quejarme a la editorial.
—Es que ahora, con esto de la nube, los autores son unos irresponsables —acotó severo, Feta—. Ahora, eso sí, yo no hubiera estado en la Tierra, Fesor.
—Desde luego, Feta. Pero la coincidencia no quita lo incómodo de la situación. ¿Cómo funciona su teleportador, Feta? ¿Se imagina una presentación de un libro sin autor ni contenido?
—Claro. Cosa incómoda. Me parece que el teleportador anda bastante mal. No consigo repuestos pues los usan también en las máquinas que expenden comida.
—¡Ah, el ser humano! Sólo piensa en comer.
Entonces Feta, queriendo bajar el tono a la ira de Fesor, le preguntó:
—Fesor; al fin no me contó sobre su aleta.
—¡Pero, Feta! ¡Qué insistencia, hombre! Es la aleta que siempre tuve. A lo sumo, lo desconcierta el tatuaje con cromóforos de femtotecnología. Una pavada.
—¿Con eso puede volar?
—¡Ay, Feta, Feta! ¿Cuántas veces le voy a tener que decir que si el Señor hubiera querido que volásemos, nos hubiera puesto alas? Las aletas son direccionales, Feta. Direccionales. Para orientarme. Volar, no vuelo.

Acerca del autor: Héctor Ranea

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