sábado, 1 de junio de 2013

Ese goteo a medianoche – Jorge Valentín Miño


El alienígena dio lectura al telegrama:
“Listo, Ente. Ha sido entregada toda el agua; puede ya ocupar el mar. Saludos”. Fin de mensaje.
El alienígena saltó de felicidad, ahora podía estrenar un velero, ensamblado con antelación, para surcar el nuevo y primer océano de su planeta.
Un gran cañón, antes desolado, ahora rebosaba de agua que, por efecto de la rotación y succión de las lunas, levantaba incluso olas.
El Ente se dejó lamer los pies por el agua marina, la degustó con sus bivalvos y se percató, sin asombro, de que guardaba un toque herrumbroso. Luego verificó que ciertas cosas floten sobre ella; desató los amarres de su barca y la guió hacia el océano. El rojizo viento inflaba las velas hacia altamar y se maravilló de que, aunque se esforzaba, nunca llegaba a ese lugar más azul del horizonte.
Parte del trato estaba cumplido, le habían entregado toda el agua, él estaba conforme y era momento de contestar el telegrama:
“Gracias, el agua funciona bien, doy curso a la parte recíproca del acuerdo”.
En la Tierra, la respuesta aumentó la felicidad de los científicos. El extraterrestre tenía su agua, ahora les transferiría tecnología. Esperaban con impaciencia las primeras revelaciones. Pensaban que fue un magnífico negocio entregarle, desde las llaves mal ajustadas, o con problemas en los empaques, esa constate e insoportable gota de agua que se pierde, usualmente en las noches y que no deja dormir. El extraterrestre, en su primera visita a la Tierra, propuso la idea de llevarse esas gotas que incomodan el sueño. Claro que pasaron siglos hasta que la cantidad se volvió razonable y pudo formar un mar; ¡pero!, el gran día había llegado.
Apareció una réplica con un nuevo telegrama, asegurando la transferencia tecnológica:
“CF2CF2CF2CF2CF2CF2CF2...” fin de mensaje.
Los químicos del centro de mando la descifraron con un aireado grito:
—Ya conocíamos ¡Es la fórmula del teflón! Solo falta que nos enseñe a fabricar polietileno: ¡CH2CH2...! Llamen a ese marciano zoquete y díganle que nos mande algo más original. ¡Dios santo!, con tanta agua que le dimos, ¡nos hubiese alcanzado para lavar la ropa de la ciudad de Nueva York por seis millones de años! Yo presentí algo semejante cuando nos propuso que le enviemos los mensajes vía telegrama, todos dijeron que quizá el marciano era excéntrico, romántico, chapado a la antigua. Dije que algo se tramaba...
Le enviaron la reprimenda:
“Favor, amigo alienígena, enviar algo de más valía. Ya conocemos la fórmula del tetrafloruro de carbono”.
—Vaya. Que adelantados están los terrícolas, no me imaginaba que ya conocerían la manera de enchapar los sartenes para que no se peguen los huevos. En fin, pensó el Ente y tras cavilar la solución, contestó de inmediato:
“Ok, lo siento. Estoy cerrando negocios con otros seres que me proporcionarán cierta fauna para liberar en el mar, pronto me comunico, hasta tanto prueben con: Si-O-Si-O-Si-O-Si-O...” Fin de mensaje.
—Marciano gran flauta, por último nos ha enviado la fórmula del vidrio. ¡Ya! ¡Que no nos joda, carajo! Ordenen que nadie, absolutamente nadie deje, las llaves de los grifos abiertos ¡Ni una gota más al farsante!

Sobre el autor:  Jorge Valentín Miño

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