domingo, 30 de junio de 2013

El enemigo huía en lontananza - José Luis Velarde



—Los cascos de la caballería resonaron con brutalidad en la llanura —solía repetir mi abuelo que nunca fue parte de revolución alguna—. Aún guardo el pergamino donde se reconoce mi valor en ése y otros combates que aún me llenan de añoranza y felicidad.
A mi abuelo no le molestaba la repetición de sus hazañas imaginarias. Empezar una charla significaba tomar el control de ella. Preguntar y responderse era una habilidad bien aprendida. Las palabras eran un afluente impulsado por borbotones que muy pronto resultaban predecibles, porque las anécdotas no eran demasiadas. Cualquiera lo notaba pronto por más despistado que fuera, porque siempre las contaba con las mismas palabras. Algunos intentaban decirle con cortesía que ya habían oído con anterioridad lo que intentaba contarles. Entonces el viejo solía responder:
—Sí, sí, pero permíteme contarte lo que pasó después.
La charla se reanudaba en el mismo punto donde había sido interrumpida.
Hubo ocasiones en los interlocutores se marcharon sin que él lo advirtiera.
De tanto quedarse solo comenzó a dirigirse a los objetos que lo rodeaban. No porque los confundiera con personas sino porque comenzó a personalizarlos. Una tarde me presentó al señor Anaquel y a la señora Estufa a quien acompañaban dos muebles pequeños. El niño Horno de Microondas y el niño Sartén.
Lleno de tristeza intenté prometerle a mi abuelo que a partir de ese momento yo le dedicaría más tiempo. Me miró complacido antes de contestar.
—Sí, sí, pero permíteme contarte lo que pasó después.
Los cascos de la caballería volvieron a resonar con brutalidad en la cocina.

Acerca del autor:  José Luis Velarde

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