jueves, 2 de mayo de 2013

¡Jodido pedegree! - Isabel María González


Conocí al Golden blanco en una de mis visitas periódicas a la tienda de animales del barrio. Solía ir a ver a los cachorritos en sus pasillos alargados y estrechos llenos de paja - hola Dex, mi chico, ¿qué pasa, guapo? ¡Ai, mi chicorrote! (Dex acaba de llegar al estudio donde escribo, suele hacerlo cuando hace un ratito que no me tiene controlada) ya bajamos chicorrote, espera que te estoy escribiendo”- donde los peques se ponían de pie apoyados en el cristal esperando agradarte y que los sacases de allí. Me daban pena, sin nombre, esperando, sin paseos, sin mimos, sin amo. Él llegó con dos meses y medio y desde el primer día despertó en mí un sentimiento especial, era tan grande al lado de los demás, aún así todos sus gestos y piruetas eran igual de infantiles.
Le habían puesto precio a su cabeza, a sus patas, a su miradita tristona, a su pelo blanco y mullido de Golden Retriever: 900 euros, una locura, una vergüenza.
Su historia está unida a la de Darko, un cachorrito de pastor alemán que..., ahora te bajo Dex, venga vámonos, luego sigo,...
Ya está, por dónde iba: ...que mi hijo trajo a casa temporalmente hasta que acabasen de arreglar su apartamento. Es importante Darko para entender por qué Dex está hoy conmigo: estuvo dos meses en casa durante los que pasó de ser una bolita de peluche asustadiza y juguetona a un cachorro de cuatro meses enorme y negro de ojos castaños y brillantes, con una personalidad que ya apuntaba maneras, las maneras de Darko, su dualidad, cariñoso y tierno a veces, altivo, señorial y distante, otras. No respondía a mis caricias siempre, sólo cuando le aparecía, ni podías comprarle mimos con una chuche apetecible. Así es Darko. Inteligente, esbelto, negro, fuerte, todo pasión, líder de manada, que vuelve a ser bolita de peluche de vez en cuando, cuando le da la real gana. Medio en broma siempre digo que a Dex le quiero, le adoro, es un dulce, pero de Darko estoy enamorada. (Seguimos hablando de perros). Con él nació en mí una clase de amor nueva, una más, el amor a un animal :una mezcla de cariño, protección, responsabilidad, carantoñas, lametones, riñas,...
Cuando partió a su propia casa, el vacío que dejó en la mía era casi incomprensible para mí. ¿Cómo podía echarle tanto de menos? ¿Como podía sentirme tan extraña sin aquellos largos paseos con él? Iba a visitarlo siempre que podía, pero no era lo mismo, mamá qué pesada, tienes que tener tu propio perro, que no, que yo adoro a Darko, con que lo pueda ver y pasear, es suficiente, pero no era suficiente.
Fue así como empezaron mis incursiones en las webs de adopción de cachorros, protectoras, criadores, etc. La decisión estaba tomada, en junio, con la llegada de las vacaciones, buscaría un perrito.
Mientras tanto seguían sucediéndose las visitas al escaparate de cachorros. En el pasillo 1 el Golden blanco seguía creciendo, ya tenía cinco meses y no había conseguido un amo. Algunos días Vanesa, la cuidadora de la tienda, lo había sacado para que lo viese de cerca y lo tocase, no con la intención de vendérmelo, pues sabía de sobras que no lo haría.
Pocos días antes de Navidadfui a visitarlo por enésima vez pero ya no estaba, lo habían vendido: pena y alegría al mismo tiempo, por fin tenía una familia, una casa con terreno, tres niños, muy agradables, Vanesa estaba satisfecha, en la tienda todos querían ya al Golden blanco sin nombre de seis meses que aún no había pisado el exterior y que atendía a sonidos bucales y chasquidos de dedos, sus vínculos más estrechos los había establecido con ellos. Sentí alivio por él y por mí, pues poco faltó para que cometiese la locura de pagar la enorme cantidad de dinero que pedían y quedármelo.
El día cuatro de enero, subí a saludar a Vanesa y felicitarle el Año Nuevo y de paso, claro está, ver a los que cachorrillos. Estaba allí, lo habían devuelto, había sido un regalo sorpresa que no encajó bien la obsequiada. No se puede regalar un perro. Había estado una semana con ellos y la mamá no aceptaba la situación, bastante trabajo tenía ya con los tres niños. El hombre había llegado a la tienda con el rabo entre las piernas, disculpándose por los codos, con todos los accesorios del perrito bajo el brazo, entre ellos una correa maravillosa y navideña de charol rojo: que si le iba a costar un disgusto con su mujer, que si los niños se habían quedado llorando, que lo sentía mucho. Le habían llamado Toby, pero Vanesa enfadada con la situación le cambió el nombre, Toby no le pegaba nada a un cachorro que tan grande que sería un adulto grande y majestuoso, no habían entendido nada. Lo llamó Dexter.
El resto ya lo saben, está conmigo, me lo traje aquel mismo día, tuve que pagar un precio simbólico porque en las tiendas de animales no tienen autorización para dar perros en adopción.
Le llamé Dex, me ha cambiado la vida y lo adoro.

Sobre la autora: Isabel María González

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