martes, 30 de abril de 2013

Un escritor fracasado – Héctor Ranea


Los últimos días en casa de Amelia fueron decididamente convencionales, grises, tristes y oleaginosos. Todo parecía resbalar entre ella y él. La sala de estar era una pista de patinaje, el porche alto una alcuza, el baño resultaba tan pringoso como atrás del cuello de una cabra. Y encima, Meril tuvo ese incidente de incontinencia que transformó la relación con Amelia; la transformó para mal, porque ella se dio cuenta de la edad o más bien, la diferencia de edad y eso comenzó a oscurecer aún más los diálogos, como si un despertar de la conciencia adormecida por el amor, minara definitivamente la relación.
Meril, para colmo, sufrió ese episodio cual si fuera feérico y paso a relatarles:
—¡Mierda! —exclamó Meril al darse vuelta y dejar la pantalla de su ordenador apuntando para la nuca—. ¿Qué pasa acá? ¿Quién es usted, se puede saber?
El recién llegado, tan orondo, le dice:
—Su cuento. Pidió uno, acá estoy. He nacido para usted.
—¿Usted? ¡Usted no es un cuento! ¡Qué va a ser un cuento! ¡Un cuento es algo que se lee! ¡Llamo a la policía si no me dice quién es!
—Cálmese. Cálmese. Soy un cuento polimorfo. Usted me interpela, yo contesto, usted escribe: todos contentos.
—¡Pero rájese de acá! ¿Me cree tonto?
—Pregúnteme algo. Use alguna frase de la cual no pueda salir. Yo lo ayudo. Todos contentos.
—¡Todos contentos! ¿De dónde lo sacó a eso, de Confucio? —Meril se quedó pensando, volvió a la pantalla. Ahí tenía la frase inconclusa que casi termina con él. Le espetó: —A ver: los últimos días...
—Anote: los últimos días en casa de Amelia fueron decididamente convencionales, grises, tristes y oleaginosos.
Meril lo interrumpe:
—¿Quién es Amelia?
—La chica con la que usted ha trabado relación. ¿No recuerda? ¡Está en casa de ella!
—¿Yo? ¡No, señor! ¡Estoy en mi casa!
Entra Amelia. Él mira el ordenador, vuelve la mirada al pequeño hombre. Amelia está como ausente. Lo mira y le dice:
—Los últimos días me hiciste pasar un tiempo gris, convencional, días tristes y oleaginosos.
—¡Puta con la palabrita! ¿De dónde sacaste ese adjetivo para los días?
—Me hice escritora. ¡Cualquiera puede escribir como vos!
—Míster. Arrégleme esto. ¿Me da versiones usadas de mi vida?
—Nadie está obligado a aceptar. Por eso estamos todos contentos.
—Me dan ganas de vomitar —dijo Amelia al comprender que Meril ya estaba hablándole al vacío además de incontinente.
Meril se levantó. Tiró la silla. La besó apasionadamente pero cuando quiso abrazarla, Amelia se quiso escapar haciendo fuerza. Él se molestó. El hombrecito seguía repitiendo:
—Todos contentos.
Meril se subió a la silla y saltó por la ventana. Se quebró el cuello contra los cables de teléfono. Los perdedores dejan al menos un par de cuadras sin teléfonos cuando se tiran por las ventanas. Eso sí. Todos quedaron contentos: Amelia y el contador de cuentos son íntimos ahora.

Acerca del autor:  Héctor Ranea

2 comentarios:

Javier López dijo...

Delicioso, D. Héctor. Grande donde los haya.

Ogui dijo...

Gracias, Javi! Es curioso. ¡A veces lo visita a uno cada personaje! Por suerte, a mí no me pasó.