jueves, 7 de febrero de 2013

Verguero y la invasión multiforme – Héctor Ranea


—Tomesé este matecito antes de irse, Don —le dijo Miranda, la suave ninfa de los pagos del Tuyú, a Claudio, el verguero—. Capaz que los ahuyenta más con la fuerza de esta yerba —concluyó.
Miró al hombre con tal intensidad que este casi no se pudo resistir a licuarse ahí nomás, como un cubito de hielo en la ginebra tibia de la pampa.
Tenía que ir con su flete lo más rápido posible a contener a los alienígenas invasores, pero ese par de ojos en llamas lo estaban pialando sutilmente como para tener otra vez relaciones con la muchacha en flor. Reprimió sus instintos, tomó ese mate, cargó las vergas necesarias para aplacar a los malditos y zarpó con su mochila, flete y carga de menta para rociar a los intrusos.
Los inútiles del ejército de pavoneadores trataban de rociar las bestias foráneas con aceite, pero con lo movedizos que eran, se les escurrían como chorizo en fuente de loza. Sólo la habilidad de un verguero podía con ellos. Y dicho y hecho, en un santiamén no sólo aplastó la rebelión de esos invasores, sino que localizó la nave que los había transportado, igual a tantas otras que tenía ya vistas en su vida y la llenó de menta para que ninguno de ellos pudiera salir con vida de ahí.
Tomó sus petates, acomodó en silencio sus vergas no usadas recolectando, además, el enjambre de las que usó para eliminar los enemigos y se volvió a continuar su aventura con aquella muchacha. Todo le había llevado poco tiempo, antes del anochecer estaría de regreso en el Tuyú, junto a esos ojos brujos y su alentador mate amargo.
—La vida en la pampa ha cambiado mucho —se dijo Claudio—. Los ojos de una muchacha pueden con un gaucho, por más maula que sea, una buena verga puede con toros y pumas montaraces y también pudo con los alienígenas ladillas —reflexionó—. Lo que sí cambió, sin duda alguna, es que mi flete vuela y que mis vergas son de rayos láser— concluyó, justo cuando llegaba a destino.

El autor: Héctor Ranea

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