viernes, 1 de febrero de 2013

La lengua - Rafael Blanco Vázquez


—Me importa un bledo, un comino, un pimiento, esta situación no la aguanto más, qué se han creído que es esto. Siempre pago yo el pato, siempre me están poniendo a mí a caldo, siempre hay algún tontolhaba que se cree que corta el bacalao y que viene en plan chuleta a comerme el coco a mí. Yo soy la que es más buena que el pan, la pringá que nunca se enfada, y así, sin comerlo ni beberlo, tengo que tragarme toda la mala leche del personal. Tiene tomate, vamos. A mí me dejan hecha migas y ellos se quedan más frescos que una lechuga. Y si no me gusta, ajo y agua. Pues se acabó lo que se daba. El día menos pensado les voy a montar un pollo que se van a cagar por la pata abajo.
—En todas partes cuecen habas.
—A mí no me vaciles que no está el horno para bollos. Que te meto una galleta que te enteras. Será merluzo el tío.
—Lo que quiero decir es que no deberías ponerte así. Anda y que les den morcilla. Si te sigues tomando las cosas tan a pecho, vas a terminar entregando la cuchara.
—Si ya sé que no valen un higo. Pero no lo puedo evitar. Y lo peor de todo es la miseria que me pagan, que trabajo por un plato de lentejas. Estoy perdida, pichoncito, más perdida que el barco del arroz. Tengo que tomar una decisión. Lo que no puede ser es que me pase el día temblando como un flan por culpa de la otra sieso, que es que es un vinagre. Yo quisiera que la vieras, más tiesa que un ajo, más cursi que un repollo con lazo. Para echarle de comer aparte, lo que yo te diga.
—Ésa debe de ser la típica que anda a la sopa boba, siempre arrimando el ascua a su sardina.
—Y cualquiera, hasta el más papafrita, le da sopas con honda. Y eso por no hablar del pollopera del novio y del chorizo del hermano. Si es que manda huevos trabajar ahí, no se le ocurre ni al que asó la manteca.
—Bueno, ya está, palomita. No podemos permitir que nos estropeen nuestra noche. ¿Tengo razón o no?
—Toda la del mundo.
—Y por cierto. Con la tontería me han entrado ganas de meterte todo el nabo. Que estos días me tienes boquerón.
—Tú sí que sabes llevarme al huerto. Pero primero te vas a lavar los quesos esos pestosos y luego me vas a comer el higo.
—Ñam.

 Sobre el autor: Rafael Blanco Vázquez

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