domingo, 3 de febrero de 2013

Fábula semiótica - Gonzalo Santos


—No tenemos otra forma de acercarnos a lo real más que a través de signos. No podemos explicar ningún término, ningún objeto, si no es a través de signos, de otros objetos. La semiótica (y no la semiología, por cierto) es por eso, y por muchas otras cosas, la ciencia de las ciencias, como en otro tiempo lo fue la ontología, que pretendía encontrar un ser que no fuera lingüístico.
Ella lo escuchaba atentamente, como siempre. Le gustaba escucharlo hablar; aunque deseaba que alguna vez hablara sobre sí mismo.
—Entonces, ¿nunca vamos a poder llegar a lo real?
—Nunca. —La voz del profesor sonó tajante y solemne—. Nuestro propio lenguaje nos lo impide. Lamentablemente, no ha venido preparado para eventos de esa naturaleza, tan trascendentales. Hay cosas que nunca vamos a saber.
—Creo que voy entendiendo —mintió ella—. Pero… ¿ése es tu mejor argumento para no contarme tu historia, tu pasado, tus proyectos, tu probable devenir? ¿Eh? ¿No me vas a decir nada?
Entonces el profesor se acomodó en su sillón de terciopelo verde, frente a su esposa, y abrió un libro.
—Recordá —dijo— la definición de Peirce: “Un signo es algo que, para alguien, está en lugar de otra cosa en algún aspecto, fundamento o ground”. Pero la cosa, lo que se dice “el objeto dinámico”, es incognoscible. Yo te podría decir muchas cosas sobre mí, sobre lo que fuera, pero no serían más que signos. Discursos. Palabras. Signos que, de algún modo más o menos eficaz, aluden a un objeto que no podrás conocer nunca. ¿Qué sentido tendría hacerlo?...
Ella lo miró con una mirada penetrante, como si fuera un libro difícil del que cuesta construir un sentido. Le recordó a la traducción de Gaos de Ser y Tiempo, de Heidegger, que terminó alimentando el fuego para un asado en un camping.
—Es la forma más extraña —dijo, finalmente— en que intentaron convencerme de no contarme algo. Aunque en realidad, no sé si me lo decís en serio o no… Porque yo entiendo que me ayudes a estudiar, pero… también quisiera hablar en serio alguna vez.
—Nunca hablé más en serio.
—¿De verdad?
—Absolutamente. Por mi parte, considero más serio hablar de esto que de problemas económicos domésticos o del raiting de la telenovela de las cuatro.
—Está bien. Entiendo. Sin embargo… ¿Qué me decís de esto? —Su mano se movió rápidamente y buscó la entrepierna de su esposo—. ¿Tampoco es algo real, esto que… que…?
Pero ante su mirada perpleja, el profesor comenzó a esfumarse y salió en forma de voluta por un resquicio de la claraboya.
Ahora no tendría nadie que la ayudase a estudiar, y eso, por supuesto, no era bueno para sus nervios. Aunque en algún punto ella se lo había buscado. Al final, tenía razón su madre. Definitivamente, la próxima vez se casaría con alguien normal.

Acerca del autor:  Gonzalos Santos

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