viernes, 7 de diciembre de 2012

Un día cualquiera - Xavier Blanco


Era un día cualquiera de esos fríos del otoño. El sol empezaba a caer y coloreaba de rojo el horizonte. Se ciñó el abrigo y miró a su alrededor: quedaba poca gente. Hacía tiempo que su carácter frío y distante la habían dejado sin amigos, pasaba demasiado tiempo sola y las aglomeraciones le incomodaban. No era día para lamentaciones, no era día para nada. Le había pedido pocas cosas a la vida, muy pocas, y la vida no le había concedido ninguna. La vida es así de caprichosa.
Tenía dieciocho años cuando conoció a Pedro, su marido. Recordaba aquellos primeros meses con dulzura, y cuando eso sucedía le costaba contener las lágrimas. Sacó el pañuelo y  secó sus ojos llorosos de melancolía. Luego se casaron: “hasta que la muerte os separe” sentenció el párroco del pueblo. Las cosas no fueron bien. Él no era un buen marido. Tampoco era un buen padre. En realidad no era siquiera una buena persona. Primero fue la bebida y después lo otro. No tuvo valor. Confiaba en su madre: “hija, no lo dejes, no me hagas pasar esta vergüenza en el pueblo”. Era su madre. 
Le faltó arrojo. Perdió el tren, para siempre y la existencia se le fue, día a día, por un camino lóbrego y frío como el del invierno. Pasaron los años y el libro de la vida fue garabateando sus páginas una detrás de otra.  Primero falleció su madre. Luego marcharon sus hijos, se fueron lejos escapando de aquella realidad a la que no querían enfrentarse. Pero ella seguía allí, inmóvil y distante, viendo como se escapaba el futuro sin llamar a su puerta.
Ya no quedaba nadie. Sintió su propio suspiro en el silencio. Guardó las gafas en el bolsillo del abrigo y fijó su vista en aquel mármol blanco, impoluto y reluciente. Observó por última vez el nombre de su marido escrito en la lápida recién puesta: “A Pedro Blázquez, con cariño de su mujer e hijos. Descanse en paz". Ironías del destino. Giró sus pasos y empezó a caminar hacía la salida. Se detuvo un instante. Miró el reloj: las seis. Toda una vida por delante, pensó.

Sobre el autor: Xavier Blanco

2 comentarios:

Miguel Ángel Pegarz dijo...

Menos mal la frase final (y rima y todo jeje) porque el resto del relato te va sobrecogiendo a cada linea. Me parece un relato magistral.

Anna Jorba Ricart dijo...

Una dura realidad, la incapacidad de escapar por si misma y la liberación de la muerte para empezar a vivir.
Un gran relato.