martes, 11 de diciembre de 2012

Búsqueda nocturna – Sergio Gaut vel Hartman & Carlos Enrique Saldivar


Netland divisó la vaporosa luz amarilla que cubría las zonas bajas de la isla, una fosforescencia áspera que se alzaba a medio metro por encima de la hierba, flotando como un enjambre de moscas que sobrevuela un pedazo de carne putrefacta. Se distrajo cuando el motor de una lancha ronroneó cerca de los arrecifes, pero volvió a concentrarse en lo que más le importaba: hallar el cadáver de Velasco antes de que las sombras del crepúsculo cubrieran el inhóspito territorio. Descendió del bote y su perro comenzó a olfatear cerca de la orilla. No había nada por ahí. La extraña refulgencia se intensificaba. El can lo condujo tierra adentro, al fondo, entre unos matorrales. Olía horrible, Netland sentía que se desmayaba. Tropezó con algo alargado y de textura suave. Era una forma cabezona que se enroscaba. El marinero huyó de allí. El sabueso no pudo hacerlo pues fue cogido por las patas y engullido. Cuando Netland subió a su bote, tenía claras dos cosas: primero, nunca encontraría a Velasco, jamás podría llevarle sus restos a su familia para darle sepultura. Segundo, jamás volvería a ese infernal sitio ni permitiría que otros lo hiciesen.
Una antigua leyenda de los mares del sur hablaba de las «islas vivientes», gigantescas entidades que flotaban a la deriva, alimentándose de todo tipo de peces. Algunos marineros las confundían con ballenas azules o monstruos marinos, mas nadie sabía lo que en realidad eran estos siniestros especímenes. A veces, por falta de alimento o cuando se cumplía su ciclo, estos seres morían. El espectáculo era horrible. Monstruosos gusanos salían de su organismo y devoraban el cuerpo muerto, así como a toda criatura que tuviera la mala suerte de hallarse cerca. La vaporosa luminiscencia amarilla provenía de los gases internos.
Netland contaría su historia.
Nadie le creería.

Sobre los autores:
Sergio Gaut vel Hartman
Carlos Enrique Saldivar

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