martes, 27 de noviembre de 2012

La mujer y la lluvia – Francisco Garzón Céspedes


La mujer joven y la lluvia tenían una relación.
La mujer tardó en aceptarlo. Por años creyó que la relación no existía, que lo que acontecía era pura coincidencia. Una coincidencia demasiado frecuente, una coincidencia extraña, pero una coincidencia. Qué otra cosa podía ser.
Desde la niñez, y en la adolescencia y lo que llevaba ya cumplido de juventud, cuando intentaba salir a caminar sin que su paseo tuviera un rumbo determinado, un destino específico, una justificación, tan pronto la mujer ponía un pie al aire libre, comenzaba a llover.
La lluvia aparecía de inmediato. Primera pisada de la mujer fuera de una superficie techada, y caída de la primera gota de lluvia sobre el cabello largo y negro de la mujer.
Esta lluvia en cada ocasión solía tener la misma persistencia, la misma densidad, parecía ser la misma lluvia.
Inmediatamente que la mujer decidía un rumbo, un destino, daba dirección a su paseo, la lluvia cesaba.
Estuviera donde estuviera la mujer al aire libre, si su andar adquiría un propósito, cesaba de llover.
La mujer se admitió rara.
Y después de perder a la que había considerado su amiga más próxima, que fue quien la etiquetó de rara, y se fue distanciando a partir de escucharle lo de su relación con la lluvia o, más bien, lo de la relación de la lluvia con el inicio de todos y cada uno de sus intentos por deambular; la mujer no le comentó el asunto a ninguna otra persona ni viva ni muerta.
Ni siquiera volvió a hablar del asunto en voz alta durante sus soliloquios o durante las pretendidas conversaciones con su sombra.
Esta suerte de secreto fue convirtiendo a la mujer en una persona cada vez más solitaria.
Cómo iba a establecer una verdadera compañía con alguien si no podía decirle que parecía poseer una inexplicable y sin duda desconcertante relación con la lluvia.
Y no es que lo de rara le creara un conflicto consigo.
No, en absoluto.
La mujer creía, decidida y profundamente, que hay que aceptarse, que cada cual debe reconocer sus peculiaridades, admitir sus diferencias, y tiene que seguir hacia delante al hallazgo de su lugar en el mundo. Por lo tanto, lo que sí hizo la mujer, cuando no tuvo dudas de que si salía simplemente a caminar, llovía, fue poner dos anuncios pagados en el diario de mayor circulación de la ciudad.
Uno anunciaba:
“Mujer rara se emplea por horas para provocar la lluvia. Mitad de los honorarios cuando empiece a llover. El resto, al concluir el tiempo deseado de lluvia.”
Y el otro anuncio decía:
“Mujer joven, de veintitantos años, entrenada físicamente y muy buena caminadora, busca compañero para caminar que haya descubierto que, si está lloviendo, al poner un pie sin rumbo fijo fuera de cualquier superficie techada, cesa de inmediato de llover.”
La mujer, leyendo los anuncios el primer día que aparecieron publicados, sintió dentro de su pecho un desacostumbrado sosiego.
Y la certeza de que era rara, sí, rara entre los raros, pero había tomado las riendas de su deambular futuro.

De Historias de raros y amorosos
Sobre el autor: Francisco Garzón Céspedes

1 comentario:

Nélida Magdalena Gonzalez de Tapia dijo...

Hola,Francisco, muy lindo tu micro. Muchos éxitos.

Neli :)