jueves, 6 de septiembre de 2012

Jaqueca – Diana Sánchez


¡Pobre Mané! Con lo que le costó decidirse a ir a la peluquería.
¡Hacéte la permanente! Le había dicho la madre.
Má, plancháte el pelo que se re usa… le había indicado la hija.
El marido le había sugerido: Qué bien te sentaría un tono rubio.
El color almendra sería ideal para realzar tus ojos. Le aseguró su amiga íntima.
A su edad debería ser pelirroja, suaviza las arrugas. Le espetó la suegra.
Y Mané llegó a la peluquería.
Le tiñeron el pelo, le lavaron el pelo, le secaron el pelo. Y se lo desenredaron. Luego, para darle volumen, le hicieron bajar la cabeza y le pasaron un peine similar a un rastrillo. Después, le dijeron: “¡Señora, de un solo movimiento y con todas sus fuerzas incline la cabeza hacia atrás!”.
Mané alcanzó a mirarse en el espejo. Ondas anaranjadas caían sobre los pómulos. El flequillo era azul. Detrás de las orejas sobresalían mechones verde-manzana. Sobre las sienes, unas chispas rubí.
Mané dudó solo un instante.
Fue un dolor agudo, contundente. Rotundo. Después, un gran sosiego.
Como cosa de rutina, el personal de limpieza entre hebillas, algún rulero, un aro sin su par y mucho pelo, barrió una cabeza de mujer de mediana edad.
Dicen que tenía una expresión de alivio en los ojos como no se le había visto nunca.


Acerca de la autora:

No hay comentarios.: