sábado, 18 de agosto de 2012

Visita – Héctor Ranea


—¿Y usted, de dónde salió, diga? —Fueron las palabras de Orlavio quien, al levantar la vista del diario que leía mientras tomaba el desayuno, se encontró con una bella mujer enfrente—. ¿Dejé la puerta abierta y pasó a cobrarme la cuota de bomberos?
—No, morocho; soy Corna, la Musa de la infidelidad.
—¿Musa Corna? ¿Me toma el pelo? Mire, si es la del séptimo C que se mudó anoche y necesita almidón de maíz, le doy y chau Pinela, no me venga con cosas raras.
—No me entiende. Soy la Musa que inspira la infidelidad. Los cuernos.
—¿Y a quién le voy a meter los cuernos si soy soltero, solo? —le preguntó con inefable lógica Orlavio a la loca del otro lado de la mesa.
—No sé. Por de pronto, puede llevarme a la cama. Después pensamos a quién engañamos.
—Mire. La habitación es la segunda puerta después del baño. No entre a la primera porque la cama no tiene sábanas. Desde que se fue Raimunda, no hago la cama.
—¿Ve? Raimunda. ¡Séale infiel a Raimunda, hombre!
—Raimunda era mi perra, loca.
—¿Su perra era loca?
—¿No escucha los signos ortográficos, usted?
—Veo que se está insinuando gráficamente... —dijo la Musa.
—Vaya a la cama, ¡por favor!
—¡A la orden! —y salió disparada.
—Menos mal que me voy a la oficina —se dijo entre dientes Orlavio— y que esta noche tengo ensayo con la orquesta, que si no... —Orlavio se levantó, lavó la vajilla del desayuno, tomó el maletín, el estuche con la cornamusa y se fue.
La Musa se quedó dormida. Al despertarse, viendo que era ya la tarde y Orlavio no aparecía, se vistió y se fue.


Sobre el autor:
Héctor Ranea

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